jueves, 18 de agosto de 2011

MADRE ISABEL FERNÁNDEZ

Fundadora de las misioneras de San Francisco Javier


Isabel Fernández nació en Málaga (España) el 26 de Noviembre de 1881, hija de Buenaventura Fernández y de Antonia Sánchez. Recibió de su familia y del Colegio de las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, una esmerada educación y formación religiosa. Uno de los grandes acontecimientos de su vida fue la Primera Comunión, recibida el 24 de Junio de 1881. Desde niña se destacó por su gran delicadeza de conciencia y una candorosa simplicidad, que la acompañaron toda la vida.

Impulsados por la difícil situación política y social de España y con el deseo de buscar nuevos horizontes, sus padres decidieron emigrar con sus dos hijas a la Argentina, adonde llegaron en Diciembre de 1892. En este ambiente familiar, crecieron su fe y su fidelidad a las prácticas religiosas. Muy pronto se relacionó con los Padres Jesuitas de la Iglesia del Salvador, que fueron sus guías espirituales y que la orientaron hacia una intensa vida de unión con Dios.

En ese entonces, su familia atravesaba una situación económica difícil y ella, a los dieciocho años, entró en el mundo del trabajo, desempeñándose como telegrafista. Desde el año 1899, entró en especiales relaciones con las religiosas del Buen Pastor. En 1911 ingresó en esta Congregación. Su alegría era muy grande, pero le sobrevino una prueba. La falta de salud la obligó a regresar al hogar.

Por esos años su apostolado se intensificó mucho. Con un grupo de amigas, recorrieron los lugares pobres de la gran ciudad, llevando la luz de Cristo a los ignorantes, preparando a los niños para la Primera Comunión, alentando a las familias a vivir sus compromisos religiosos, promoviendo los valores sociales de la vivienda, de la cultura y de la educación. En el año 1920, el entonces Obispo auxiliar de la Plata, Monseñor Francisco Alberti, visitó la capilla del Carmen donde, la Sierva de Dios, desarrollaba su apostolado. El obispo pudo apreciar la obra de evangelización tan seriamente llevada a cabo, bendijo las actividades y exhortó a todo el grupo a mantenerse unido e invitando a otras chicas a colaborar.
Monseñor Alberti la atendió siempre con gran amor y fue su gran protector. Gracias a sus esfuerzos, en el año 1924, lograron la donación de un terreno en Villa Raffo, para la fundación de un colegio y de una Iglesia.

El 1º de Junio del mismo año, el obispo dio una primera autorización para la obra y encomendó la redacción de un reglamento o constitución para armonizar los horarios y las tareas. El 3 de Diciembre de 1925, se pudo inaugurar el nuevo centro de Apostolado en Villa Raffo con la fundación del Instituto. Nuevas jóvenes se iban asociando a la obra. Al cumplirse el año, vistieron el Santo Hábito la Sierva de Dios y tres de sus primeras compañeras. El 4 de Febrero de 1928 hicieron su profesión de los votos. A los once años de la fundación del Instituto, llegó la tan anhelada aprobación canónica, lograda especialmente por el gran interés y empeño de Monseñor Alberti, que tan de cerca había seguido la vida de Isabel.

Los últimos años de la Sierva de Dios, estuvieron marcados por la austeridad, la oración ante Jesús Sacramentado y la entrega, siendo ejemplo para todos de humildad y espíritu de trabajo.

En el año 1942, el corazón que tanto había amado y tanto había sufrido, se iba apagando. Pidió la Unción de los enfermos, recibió el Viático y proclamó: “Soy hija de la Iglesia ¡Por fin puedo verte Jesús, para siempre!”. Recomendando a sus hijas: “Amen al Instituto y defiéndanlo”. Fue al encuentro del Señor el 28 de Setiembre de 1942.

Elsa Lorences de Llaneza

jueves, 11 de agosto de 2011

Cardenal Eduardo Pironio


Eduardo Francisco Pironio nació en la localidad de Nueve de Julio, provincia de Buenos Aires, el 3 de diciembre de 1920, era el menor de los veintidós hijos de un matrimonio de inmigrantes italianos, Giuseppe Pironio y Enrica Rosa Buttazzoni.

Su vocación religiosa fue incentivada por su madre, y a los 18 años ingresó al seminario de La Plata, de donde egresó 5 años después. Fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1943 en la Basílica de Ntra. Sra. de Luján y su primer servicio pastoral fue dedicarse a la formación de futuros sacerdotes como profesor de Literatura y Latín, y luego de Filosofía y Teología en el Seminario de Mercedes, su diócesis.

En los años 50 aparecieron sus primeros escritos en la Revista de Teología del Seminario de La Plata y en la revista Notas de Pastoral Jocista, órgano de la JOC; Juventud Obrera de Acción Católica en la Argentina.

En 1953 realizó estudios teológicos en Europa. Fue rector del Seminario Metropolitano de la Arquidiócesis de Buenos Aires entre 1960 y 1963. En ese último año, fue nombrado decano de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina.

Sigue la guía pastoral del Padre Manuel Moledo, quien será determinante en el profundo amor a la Acción Católica.

En 1958 su Obispo lo designa Vicario general de su Diócesis de origen, y se desempeña como Profesor de Teología en la recientemente fundada Universidad Católica Argentina.

En 1960 el Card. Caggiano, Arzobispo de Buenos Aires, le solicita que asuma el cargo de Rector del Seminario Metropolitano de Villa Devoto, que acababan de dejar los Jesuitas.

En 1963 fue designado Visitador Apostólico de las universidades católicas argentinas y Decano del Instituto de Teología de la UCA. El Papa Juan XXIII lo designó para participar como perito en la segunda sesión del Concilio.

El 24 de marzo de 1964 fue elevado a obispo titular de Ceciri, desarrollando sus actividades como obispo auxiliar de La Plata donde se dedica al servicio pastoral de la arquidiócesis y se aboca a los laicos de Acción Católica, donde asume como Asesor General.

A fines de 1967 Pablo VI lo designó Administrador Apostólico de la Diócesis de Avellaneda y en la XI Reunión Anual lo eligió Secretario general del CELAM -Conferencia Episcopal Latinoamericana. Poco después el Papa lo designó Secretario General de la II Conferencia Latinoamericana encargada de traducir el Concilio Ecuménico Vaticano II al contexto de América Latina, que se celebraría al año siguiente en Medellín. En 1970 fue reelegido como Secretario General.

El 27 de abril de 1972 fue designado Obispo residencial de la diócesis de Mar del Plata y en noviembre de ese mismo año fue designado Presidente del CELAM.

Predicó los Ejercicios Espirituales a SS Pablo VI en Cuaresma de 1974 y en septiembre de 1975 Pablo VI lo nombró Pro Prefecto de la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, lo que lo obligó a trasladarse a Roma.

El 24 de mayo de 1976 fue elevado al cardenalato por el Papa Pablo VI, otorgándosele la diaconía de Ss. Cosma e Damiano y lo designa Prefecto de la Sagrada Congregación, cargo en el que es confirmado por Juan Pablo II..

En 1983, Juan Pablo II lo designó Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos desde donde fue el principal organizador de las Jornadas Mundiales de la Juventud y también de los Foros Mundiales el primero de los cuales se gestó en Buenos Aires. Fue el impulsor de la creación del Foro Internacional de Acción Católica: FIAC.

En 1987 optó por el orden de cardenales presbíteros, y su diaconía fue elevada a título pro illa vice.

Durante la última etapa del gobierno de María Estela Martínez de Perón y luego durante la dictadura militar iniciada en 1976 recibió amenazas de muerte. Antes del golpe de Estado de 1976, el gobierno constitucional le había ofrecido proveerle custodia personal, oferta que Pironio rechazó argumentando "No puedo aceptar eso. Primero porque confío en la protección de Dios. Segundo, porque considero inaceptable que un obispo desarrolle su labor rodeado de guardaespaldas. En tercer lugar porque pueden atentar y no sólo matarme a mí, sino matar a un custodio; y su vida vale tanto como la mía". Como consecuencia de dichas amenazas, el Vaticano decidió trasladarlo a Roma y le nombró arzobispo titular de Tiges.

En 1978, durante los dos cónclaves —uno tras la muerte de Pablo VI, otro al fallecer Juan Pablo I— fue considerado potencial candidato a Papa. Juan Pablo II lo designó presidente del Pontificio Consejo para los Laicos en 1984, cargo que ocupó hasta 1996; antes había sido prefecto de la Congregación de Institutos de Vida Consagrada. En 1995 había sido promovido a cardenal obispo de Sabina-Poggio Mirteto.

El Santo Padre aceptó su renuncia luego de haber cumplido los 75 años, después de lo cual siguió colaborando en ocho congregaciones de la Santa Sede y participó en las primeras sesiones del Sínodo de América.

Falleció el 5 de febrero de 1998, después de catorce años de lucha contra un cáncer óseo. Poco antes había escrito.” Vamos hacia la casa del Padre. La alegría de morir consiste en saber que volvemos a la casa del Padre, llevados por la mano de Jesús”.

Sus restos descansan en el Santuario de Santa María de Luján. El 23 de junio de 2006 se inició el proceso de beatificación.

Lis Anselmi

Cardenal Eduardo Pironio - Oración

Oh Dios, Padre nuestro,
que has llamado a tu Siervo Eduardo Francisco Pironio
a servir a tu Iglesia como sacerdote y obispo
confortado por la materna solicitud de la Virgen María
y lo has hecho alegre anunciador
de la esperanza y de la cruz.
Concédenos que siguiendo su ejemplo
podamos proclamar y testimoniar nuestra fe
con un corazón misericordioso y acogedor
y, por su intercesión,
danos la gracia que confiadamente te pedimos.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén

Con aprobación eclesiástica:
Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires, 12 de diciembre de 2005

Quien reciba gracias se ruega informar a:
Postulación de la Causa:
Via della Conciliazione, 1 - 00193 Roma (Italia)

Vicepostulación de la Causa en la Argentina:
Av. de Mayo 621. 2º Piso. Buenos Aires. C1084 AAB. (Argentina)


PADRE LUIS MARÍA ETCHEVERRY BONEO

Fundador de las Servidoras


Luis María Etcheverry Boneo nació en Buenos Aires el 18 de Octubre de 1917, en el seno de una familia profundamente cristiana y de alto nivel cultural. Sus padres fueron Rómulo Etcheverry Boneo, prestigioso abogado y miembro de la Suprema Corte de Justicia de La Plata y Julia Barrios. Realizó sus estudios primarios en La Plata. Al cumplir los doce años manifestó a sus padres el deseo de entrar en el seminario. Aconsejado por monseñor Boneo, su tío abuelo y obispo de Santa Fe, antes de entrar en él, cursó los estudios de la secundaria en distintos colegios maristas de la Plata y de la Capital Federal. De su vida de piedad, se destaca su devoción al Sagrado Corazón y su filial amor a la Virgen.

Después de unos cursos en la Facultad de Derecho, Luis, en el año 1936, ingresó en el seminario de Villa Devoto. Seis meses después, al reconocer sus sobresalientes dotes de inteligencia y su profunda vocación sacerdotal, el Cardenal Copello y el Rector, de común acuerdo, dispusieron que Luis fuera enviado a Roma, para que continuara sus estudios de filosofía y teología en la prestigiosa Universidad Gregoriana, hasta recibir la licencia y el doctorado. Completó su formación en el Colegio Pío Latinoamericano.
El 11 de Abril de 1941 Luis es ordenado sacerdote.

A causa de la Segunda Guerra Mundial, el Cardenal Copello lo llamó de regreso a Buenos Aires. Con ello debió interrumpir sus estudios de doctorado. Llegó a la Argentina el 10 de Noviembre de 1943. En Buenos Aires, se le encomendaron distintas tareas eclesiales, en parroquias y colegios, en Círculos y Centros de Acción Católica, en el Seminario Arquidiocesano y en la misma Curia Arquidiocesana, en los cursos de Cultura Católica.

Durante casi diez años fue el principal gestor ante las autoridades civiles y religiosas de la fundación de la Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires. Entre múltiples iniciativas culturales, fundó la Sociedad Argentina de la Cultura, de la que dependían cinco colegios universitarios. Creó el Colegio San Pablo para varones y, más tarde, el Colegio San Pablo para mujeres, actualmente Colegio Luis María Etcheverry Boneo, en honor a su fundador. En 1961, instauró la Fundación Cultural Argentina en la estancia La Armonía, como centro de espiritualidad, evangelización y cultura. En 1952, fundó la Asociación de las Servidoras, como nueva forma de vida consagrada, destinada a colaborar en las distintas tareas de la evangelización y de la cultura.

Maestro innato, se dedicó continuamente a la enseñanza a través de cursos, conferencias, homilías, retiros…. Sin embargo, destinó su mayor tiempo y energía a la formación y a la dirección espiritual de las personas, en las que supo despertar el anhelo de la santidad. “El Padre Luis María Etcheverry Boneo, era un sacerdote de una capacidad intelectual extraordinaria, muy austero, severo consigo mismo y, al mismo tiempo, muy humilde y bondadoso con todos. Era un sembrador de santidad, sobre todo, como director espiritual de jóvenes universitarios, de profesionales católicos y de muchísimas parejas crecidas en su escuela. Formaba almas a la santidad de la vida. Llevaba a las cumbres de la santidad pagando personalmente” (Monseñor Albino Mensa, arzobispo de Vercelli).

Durante un viaje a Roma, se detuvo en Madrid. En este viaje comenzó a sentirse indispuesto. El miércoles 19 de Marzo de 1971, el padre fue al Sanatorio- Hospital San Pedro, donde el médico de guardia lo auscultó, lo palpó y le hizo la radiografía. El cirujano aconsejó una operación de urgencia que se realizó a las nueve y treinta de la noche. Se encontró que el colon estaba distendido y próximo a la rotura, pero se dejó para más adelante la resección del mismo.

A las cuatro de la mañana del 18 de marzo, el padre sufrió un colapso periférico, casi sin pulso, sin tensión y con mucha taquisnea. Le costaba respirar y le pusieron oxígeno. Hacia las ocho y cuarto entregó su alma a Dios.

En un primer momento, el cuerpo fue velado en la capilla. Mientras tanto, se hacían los trámites para su traslado a Buenos Aires. Allí en la calle Lacrote 2100, en la capilla de las Servidoras, se llevó a cabo el velatorio. La Misa exequial, se celebró en la Iglesia del Pilar, presidida por el Cardenal Arzobispo Antonio Caggiano, cuyas palabras resonaron ardorosas: “El Padre Etcheverry fue, sin duda, un sacerdote para el prójimo, para los hermanos en la fe, para la juventud, para los futuros apóstoles de Cristo, para quienes están llamados a ser dirigentes en todas las actividades y sectores sociales”

Elsa Lorences de Llaneza

MARÍA DEL TRÁNSITO CABANILLAS

El anuncio de que, el 14 de Abril de 2002, el Papa Juan Pablo II, proclamara Beata a la Madre Tránsito Cabanillas, nos ha llenado el corazón de un gozo profundo y nos ha comunicado un vivo entusiasmo y gran dinamismo espiritual y cultural.

No sólo están de gozo y de fiesta las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscana, fundadas por María del Tránsito, sino también la Iglesia y la Patria, porque toda beatificación es una gloria y un lucero de esperanza y de aliento, especialmente en estos momentos de crisis y de contrastes sociales y económicos.

Los Santos son siempre una maravilla de la Gracia y una bendición especial del Señor para una nación. Los santos, por cierto, no necesitados de nuestras fiestas ni de nuestros homenajes, ellos ya gozan de Dios y de la Virgen; y nosotros necesitamos de sus ejemplos, de su ayuda, de su intercesión, de su magisterio. Por otra parte, los santos, las benditas almas del purgatorio y los hombres no formamos tres grupos separados, sino una sola familia, la familia de los hijos de Dios en distintos estados y todos hermanos entre sí.
San Pablo diría que formamos un solo cuerpo, del que Cristo es la cabeza y los cristianos los distintos miembros, vital y armoniosamente unidos.

Tránsito Cabanillas nació un 15 de Agosto de 1821, en la Estancia Santa Leocadia, en lo que es hoy Villa Carlos Paz, junto al Lago San Roque (Córdoba). Los padres Felipe Cabanillas y Francisca Antonia Sánchez, eran de rancio abolengo cordobés y, sobre todo, de admirable vivencia cristiana.

He aquí algunos de los rasgos de la personalidad de la Beata: Fue devota colaboradora en la obra de los Ejercicios Espirituales, infatigable catequista de los niños y fervorosa discípula de San Francisco de Asís como Terciaria franciscana. Abnegada enfermera durante las terribles epidemias del cólera en el año 1867 y de la fiebre amarilla en el año 1871. Caritativa Vicentina en las visitas a las familias necesitadas.

En el año 1870, el Señor le inspiró fundar una casa de Penitencia de San Francisco pero, como no tenía ningún recurso, intentó responder a la llamada vocacional entrando primero entre las Carmelitas de Buenos Aires y después entre las Hermanas de la Visitación de Montevideo. Sin embargo la enfermedad la obligó a salir del claustro porque Dios la tenía destinada a una misión más grande.

En el año 1878, se llevó a cabo la fundación de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanos. El señor Agustín Garzón, donó una manzana de terreno en el barrio de San Vicente de Córdoba. Con el dinero que le había dejado en herencia su hermano sacerdote Emiliano y algunos recursos personales, la Madre Tránsito, comenzó la construcción de un minúsculo convento al servicio de la niñez desvalida. Poco a poco el instituto progresó, se expandió y fundó el Colegio del Carmen de Río Cuarto y el Colegio San Francisco de Villa Nueva, ambos en la Provincia de Córdoba.

El Padre Quírico Porreca, se interesa por el proyecto de la Madre y ella le solicita la dirección de la nueva Congregación por un tiempo. El Padre Quirico aceptó gustoso el cargo, pero con el tiempo y movido por sus ambiciosas aspiraciones, desplazó a la fundadora y comenzó a mandar el. La pobre María del Tránsito, puesta en una encrucijada y como tenía presente que “La unión nace de los corazones humildes” aceptó la humillación para evitar problemas y dificultades al Instituto y se retiró a una pobre celda, llevando una vida de silencio, oración y de labores femeninas. Ella quería ser la humilde servidora del Señor y una lámpara viviente del Sagrario.

Este heroico gesto de humildad y de mansedumbre, purificó y hermoseó el corazón de la Madre Tránsito. Antes de morir hizo esta hermosa promesa: “ Hermanas, yo ya no les hago falta, porque no puedo hacer nada, pero cuando muera, desde el cielo les haré mucho bien.
La Madre Tránsito Cabanillas, murió santamente el 25 de Agosto de 1885, fiesta de San Luis, rey de Francia, patrono principal de la Tercera Orden Franciscana.

Elsa Lorences de Llaneza

P. VICTORINO FIZ GALENDE


Victorino Fiz Galende, nació el 2 de Setiembre de 1902, en el pueblo Morales de Valverde, Provincia de Zamora y diócesis de Astorga (España). A muy temprana edad, ingresó en el seminario de Astorga, para cursar los años de latín y los cursos de filosofía y teología. En los años sucesivos, tomó las distintas órdenes menores. El 20 de Julio de 1926, adquirió el diaconado y el 1º de Agosto, la ordenación sacerdotal. En los cursos lectivos de 1926-1928, obtuvo la licenciatura de Teología en la Universidad de Valladolid. El 23 de Mayo de 1932, se le autorizó a venir a la diócesis de Santa Fe (Argentina).

En los años siguientes, asumió distintos cargos parroquiales: vicario, cooperador de la catedral de Rosario, vicario ecónomo respectivamente en Arroyo Seco, en Montes de Oca, en Bouquet, en Tortugas y en Chabás. En esas localidades, su dinamismo lo impulsó a construir capillas, ermitas, etc. Encaró la construcción de templos parroquiales, fundó Institutos de Primaria y Secundaria y lanzó revistas para la juventud.

En el año 1878, fue designado capellán de las religiosas Siervas de Jesús de Rosario, formó el Centro de Residentes Monteoquinos en Rosario, asesoró al Movimiento Evangélico de Caná y prestó su colaboración como confesor en la iglesia de San Cayetano. Entre los años 1980 y 1983, escribió dos pequeños libros: “Temas de religión con ejemplos” y “Llaves del Paraíso”. El 27 de Setiembre de 1984, el papa Juan Pablo II, le confirió el nombramiento de Prelado de Honor de su Santidad.

El 6 de Abril de 1989, falleció en Rosario. Sus restos fueron sepultados en el panteón del Círculo Católico de Obreros; pero, a pedido de la feligresía de Nuestra Señora de la Merced de Montes de Oca, fueron trasladados al cementerio de esa localidad.

El padre Carlos Alberto Costa, vicepostulador del presbítero Victorino Fiz Galente, concluye así esta biografía: “El Padre Victorino, fue un ejemplo de sencillez y de humildad, de dinamismo apostólico y de caridad al servicio del pueblo de Dios”.

Elsa Lorences de Llaneza

DON PEDRO ORTIZ DE ZÁRATE


Don Pedro Ortiz de Zárate, nació en la ciudad de San Salvador de Jujuy aproximadamente en el año 1622. Su familia había recibido del rey, en pago a sus servicios, tierras y encomiendas que se extendían por leguas y leguas. Como hidalgo, él estaba destinado a ocupar cargos directivos en el gobierno municipal y como único hijo varón, todos depositaban las esperanzas de que tendría bien en alto el honor y el prestigio de la familia.

En el año 1644 Pedro, inicia su carrera política y lleva a cabo su boda con Petronila de Ibarra y Argañarás. Como ambos eran herederos de auténticas fortunas y de dos familias contrincantes, este casamiento sellaría el olvido definitivo de los pleitos, e inauguraría el comienzo de una plena y armoniosa convivencia. Del matrimonio nacerían dos hijos: Cuando Pedro tenía 32 años, se desploma una viga que sostenía el techo de su casa de campo de San Salvador, sobre su esposa, matándola al instante. Este suceso, reflota en él la idea del sacerdocio, que antes de su enlace, y debido a su amistad con los jesuitas, había pasado por su imaginación.

Ya decidido, éstos le abren las puertas del Seminario de Córdoba, donde hizo sus estudios y llega así a la ordenación sacerdotal. Luego de ella y hallándose vacante la sede parroquial de San Salvador de Jujuy, don Pedro es designado en este cargo.
Como cura fue muy piadoso, caritativo y buen cristiano. Los Jesuitas lo ponderaban, diciendo de él que era un ejemplo de sacerdote de gran capacidad y que fomentaba la construcción de Iglesias y capillas con aportes populares o utilizando los recursos de su bolsillo. “Don Pedro recorría todo el territorio de su vicariato, extendido en más de cien leguas, para hacer misiones en las que reformaba a todos los demás”.

En el año 1647, las relaciones entre los colonos españoles y los indios eran turbulentas. Don Pedro entonces, levanta el banderín de la pacificación entre ellos y sale en una nueva expedición misionera, aunque costase el martirio, como sucedió en otras expediciones semejantes.

Hacia fines de abril de 1683, la cruzada, encabezada por Don Pedro y por los misioneros jesuitas, Antonio Solinas y Diego Ruiz, acompañados por un nutrido grupo de ayudantes y criados, se puso en marcha. La meta era la actual comarca de la diócesis de Orán (Salta), donde fijaron sus tiendas.

La acogida de los indios fue muy buena. A los pocos meses los misioneros pudieron formar un pueblito o reducción de unas dos mil almas. Lamentablemente, los hechiceros de cada clan, al ver desplazada su influencia, comenzaron a tramar su perdición.

En las primeras horas de la tarde del 27 de Octubre de 1683, “Mientras los misioneros se hallaban indefensos entre indios amigos, los hechiceros y sus fautores, los acometieron con suma gritería y les quitaron las vidas con dardos y macanas (….)”.

De esa manera, una iniciativa tan estupenda, que tenía todos los motivos para tener éxito divino y humano, terminó en tragedia, en un desastre total, semejante al de la Cruz.

Conocer a nuestros héroes, a nuestros apóstoles y a nuestros mártires es un desafío, porque al ponderar sus gestas, nace en nosotros una santa admiración, y, a la vez, brotan el deseo de soñar cosas grandes y la aspiración de ser dignos de ellos en nuestra conducta y en nuestra entrega al servicio del apostolado.

Elsa Lorences de Llaneza

PADRE PASCUAL PIROZZI

Misionero de los Sagrados Corazones

El Padre Pascual Pirozzi nació en Pomigliano d`Arco, en la cercanía de Nápoles, el 12 de Abril de 1886. En la edad juvenil, entró en la Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María, fundada por el beato Cayetano Errico. Una vez ordenado sacerdote, fue enviado a la Argentina con una doble finalidad: colaborar con el clero local para dar una respuesta a las muchas necesidades religiosas, sociales y pastorales y, al mismo tiempo establecer la Congregación fundando algunas casas.

El 7 de Marzo de 1914, se embarcó en Nápoles para la Argentina. En Buenos Aires, lo esperaban los hermanos misioneros con los brazos abiertos en espíritu de fraternidad, pero también para compartir las fatigas del apostolado en el Colegio Benito Nazar, una obra de la Preservación de la Fe. Los inicios fueron particularmente duros e ingratos a causa de las dificultades económicas, problemas de adaptación e insuficiente dominio del idioma.

Lamentablemente, su labor generosa sufrió una interrupción. En el año 1914, toda Europa se vio envuelta en las llamas de la Primera Guerra Mundial. Italia también entra en guerra y el Padre Pascual recibió un llamado a las armas. Tomó el primer barco para Nápoles, donde trabajó como soldado y capellán en un colegio, transformado en hospital para heridos de guerras, y, después de “haber servido a la patria con fidelidad y honor”, en agosto de 1920, retornó a Buenos Aires.

Gracias a un terreno sobre la calle Gaona, actual Av. Diaz Vélez, de parte de la señora María Luisa Cullen de Llobet, los misioneros iniciaron las obras de la futura parroquia, dedicada a la Patrona del Instituto: Nuestra Señora de los Dolores. Ante todo, construyeron un amplio salón que sirvió como capilla, pero al crecer la devoción y participación popular, hubo que pensar en un proyecto de una iglesia amplia, luminosa, atrayente de hermosas líneas arquitectónicas.

A excepción de algunos paréntesis transcurridos en otras comunidades, el Padre Pirozzi, durante casi treinta años, desarrolló su apostolado en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores. Fue una labor generosa y diuturna. El pobre Pascual quiso someterse a un horario casi salvaje.

En el año 1938, llegaron de Italia cuatro nuevos misioneros de los Sagrados Corazones, deseosos de ofrecer sus primicias sacerdotales para la fundación de alguna otra casa religiosa. Monseñor Antonio Caggiano, obispo de Rosario y futuro arzobispo y Cardenal de Buenos Aires, les ofreció un surtido de parroquias. Los padres eligieron la localidad de Villa Cassini, que sería la dinámica ciudad de Capitán Bermúdez (Santa Fe). No había ni casa parroquial ni rentas, pero había una capilla. El Superior General
conociendo el espíritu apostólico del Padre Pirozzi lo propuso como primer párroco de la localidad. Inmenso sería el trabajo del pobre Padre Pascual en la nueva parroquia, porque todo estaba por hacerse: Lo espiritual y lo material, lo sacramental y la atención a los pobres y a los enfermos, a la gente de las chacras y a la colaboración con las parroquias vecinas.

Desde los comienzos del año 1950, el Padre daba señales de un extraordinario cansancio. Le costaba subir las gradas del altar cuando iba a celebrar. En las visitas a los enfermos, caminaba con dificultad y, a veces, se apoyaba en las paredes o se detenía para tomar aliento. Hacia la mitad de febrero, una recia fiebre lo obligó a guardar cama. La tarde del 26 de febrero, mientras cenaba con los hermanos, acusó un dolor agudo en los riñones y, apretándose el costado izquierdo, lanzó un fuerte grito. Por la mañana del 27 de Febrero, fue internado en el Hospital Italiano y permaneció unos días fuertemente atormentado por los dolores. Dado de alta, pero con el fin cerca, esperó la muerte empuñando el rosario y ofreciendo sus dolores a la Madre Dolorosa por la salvación de las almas.

Hacia las dieciocho horas del 3 de Marzo, el Padre Pascual, serenamente volvió a “La Patria verdadera y única, lugar de tranquilidad y de paz”

Elsa Lorences de Llaneza

CANTO A LA HUMILDAD

Con la humildad, usted será muy agradable a Jesús y a nuestra Madre celestial.
Con la humildad del corazón, atraerá sobre usted las miradas especiales de Dios, que son miradas de dulzura, bondad, amor, misericordia y perdón.
Con la humildad del corazón, usted agradará de tal modo a Jesús quien, en las comuniones, llegará a su corazón y a su espíritu para santificarlo.
Con la humildad del corazón, usted preparará una cunita a Jesús, que desea reposar en su corazón después de la comunión.
Con la humildad del corazón, Jesús se unirá más estrechamente a su alma y la llenará de sus dulzuras y finezas de su amor.
Con la humildad del corazón, usted pondrá contento a Jesús y endulzará las amarguras que le causan los orgullosos y los soberbios.
Con la humildad del corazón, muy pronto desaparecerán el orgullo, la propia voluntad, el apego a las criaturas, para pensar sólo en Jesús y complacerlo en todo y por todo.
Con la humildad del corazón, su corazón se vaciará de todos los sentimientos humanos, para llenarse sólo de pureza, caridad, virtudes, de santo amor de Dios y de su Madre.
Con la humildad del corazón, logrará muchos y grandes merecimientos para la vida eterna. ¡Qué gran premio recibirá en la vida, si en ésta habrá sido muy humilde!

Padre Pascual Pirozzi

MADRE MERCEDES DEL CARMEN PACHECO

Fundadora de las Hermanas misioneras catequistas de Cristo Rey


Mercedes Pacheco nació en Ciudacita (Tucumán) el 10 de Octubre de 1867, hija de Carmelo Pacheco y Justina Díaz. La familia gozaba de una excelente fortuna; hasta que, al morir el padre, la madre volvió a casarse. El nuevo esposo no solo la maltrataba, sino que también dilapidó buena parte de sus bienes. Por eso Mercedes escribió: “Los recuerdos de mi niñez son muy tristes, porque crecí viendo sufrir a mamá y sufriendo yo también”.

Dada la difícil situación familiar, la madre puso a la niña como interna en la Hermanas de Jesús y, más tarde, en el Colegio del Huerto, pasando días felices. Siempre se destacó como una alumna aventajada. Allí no solo adquirió formación espiritual, sino también el manejo de una institución educadora de la niñez. En los tiempos de su juventud, estalló el cólera en la ciudad y en la campaña. Mercedes fue a refugiarse en casa de su madre, en el campo, hasta que, muy pronto, sintió el llamado de la fraternidad y solidaridad y salió a curar a sus vecinos. Todos se curaron y ninguno murió. No pudiendo soportar más la convivencia familiar, madre e hija se fueron a la ciudad, donde alquilaron una humilde vivienda. Al no tener ingresos Mercedes, ya de dieciocho años, buscó un trabajo para mantenerse y mantener a su madre. En un primer momento fue modista y después cigarrera.

Asesorada por sacerdotes y en compañía de piadosas damas, Mercedes fundó una sociedad para la enseñanza de la doctrina cristiana, lo cual fuel el germen de la futura congregación. Sus planes de trabajo eran muy ambiciosos: enseñar el catecismo a los niños y prepararlos para la Primera Comunión, proporcionando el ajuar conveniente para los más pobres; fomentar la regularización de los matrimonios; ayudar a los misioneros en sus actividades, incluso costeando los gastos; atender a los enfermos a domicilio, proporcionándoles los remedios. Mercedes, a pesar de todo esto, no tenía resuelto todavía su problema vocacional. No faltaron vaivenes entre una congregación y otra, según el consejo de los confesores. Mientras tanto se hizo fuerte en ella la inspiración de fundar un asilo-taller, para la formación y la promoción de las niñas.

En Agosto de 1895, pudo abrirlo y hacerlo funcionar. Por cierto no le faltaron recias oposiciones ni dificultades económicas. En un viaje que hizo a Buenos Aires, se encontró con el Padre Bustamante, hombre sabio y santo, quien la iluminó y le brindó seguridades que le disiparon todas sus dudas. Volvió a Tucumán y el Obispo, monseñor Padilla, la autorizó a buscar compañeras, a reunirse, a practicar la vida religiosa y a formular los estatutos que debía regir a la nueva comunidad.

El 1º de Enero de 1914, Mercedes y varias compañeras tomaron el hábito y a partir de allí se la comenzó a llamar Madre. Así nació el Instituto de las Misioneras Catequistas de Cristo Rey, el cual en el año 1942,fue aprobado como Congregación Diocesana y desde el año 1987, Congregación de Derecho Pontificio.

La Madre Mercedes, siempre había sufrido malestares físicos, aunque nada le impedía trabajar incansablemente por la causa de Cristo. A principios de 1941, comenzó a sentir los síntomas de una seria enfermedad. En 1942 los médicos le diagnosticaron cáncer y en febrero del mismo año fue operada en el Sanatorio Anchorena de Buenos Aires. En el año 1943, su salud mejoró un tanto, pero luego decayó.

El 26 de Junio de ese mismo año, antes de entrar en un profundo sopor, le dijo al Señor que lo había amado durante toda su vida, no tal vez como Él lo merecía y lo proclamó: “Mi primer y último Amor”. El 30 de Junio, a la tarde, llegó el padre Enrique Bessero. Ella oyó su voz que rezaba, lo miró e hizo lo mismo con las religiosas que la acompañaban, y con lágrimas expiró. La Madre nunca se quejaba de sus dolores. Solo pedía que, en esos lugares, le hicieran la señal de la Cruz. Miraba el Crucifijo colocado frente a su cama y decía: “Hágase tu Voluntad”. “La madre Mercedes Pacheco acariciaba un ideal: Evangelizar a los pobres. Su sueño era extender el Reino de Cristo. Transparentaba en su acción el lema de hacer el bien sin hacer ruido”

Elsa Lorences de Llaneza

SOR MERCEDES DEL NIÑO JESUS GUERRA

Fundadora de las Hermanas Terciarias Franciscanas de la Caridad


Sor Mercedes del Niño Jesús guerra, nació en Salavina (Santiago del Estero) en Septiembre de 1817, hija de Antonio Guerra, español y de Inés Contreras, santiagueña. Siendo muy niña, perdió a su madre y su padre la condujo a Córdoba, donde procuró darle la educación que convenía a su situación social y a su familia.

Los Testimonios hablan que Mercedes, junto con su hermana mayor, Juana María, cosía y bordaba ropa para el Ejército de la Patria, a instancias de su cuñado Rafael Risco, antiguo amigo del general Manuel Belgrano. Allí pasó los años de la adolescencia y de la juventud, en la cual despuntó, desde temprano, un fervoroso anhelo de ser religiosa franciscana. Se hizo portavoz de la joven ante la abadesa de las Hermanas Capuchinas, el mismo padre guardián del convento franciscano de Buenos Aires, Nicolás Aldazor, pero su clara vocación fue rigurosamente probada. Solo después de mucho tiempo, su anhelo se vio concretado y el 3 de Marzo de 1858, fue admitida en el convento de Monjas Capuchinas de Buenos Aires. Tenía entonces cuarenta y un años. Muy pronto tuvo que abandonar el convento, ya que su salud débil y quebradiza no se avenía con la austeridad de la regla. Para empeorar las cosas, le salió un carbunclo (tumor virulento gangrenoso, de color negruzco) en la frente “y entonces las monjas le dijeron que no podía continuar en el convento”.

Al salir, Mercedes se encontró sola, desconocida y sin recursos, pero con amigas que la acogieron mientras ella buscaba vivienda en alquiler. Mercedes no abandonó la espiritualidad franciscana y se acercó al convento de San Francisco, donde pidió a la Ministra de la tercera Orden el ingreso. Desde ese día, la Iglesia de San Francisco fue su casa de oración y de meditación y los Hermanos Franciscanos, sus confesores y directores espirituales. Dice la crónica: “Al salir del monasterio alquiló una casa en la calle Chile, casi esquina Defensa. Allí recibía pensionistas, se ocupaba de cuidar enfermos y fue maestra a domicilio de alumnos incorregibles”.

Años después se declaró en Buenos Aires la epidemia de fiebre amarilla y Mercedes, olvidándose de si misma, del peligro de contagio y de su propia debilidad física multiplicó sus esfuerzos para asistir material y espiritualmente a los apestados con tanta generosidad que, después, nació el aplauso de la sociedad porteña y un premio que le otorgaron la Municipalidad y la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires.

Un día atendiendo un enfermo quedó repentinamente ciega debido aun glaucoma. Para esa época no se conocía ningún tratamiento curativo. Mercedes se somete a una operación para apaciguar los dolores, pero sin ninguna esperanza de recuperación visual. Durante dieciocho meses permanece en oscuridad y silencio, fomentando en profundidad su vida interior de fe y de amor a Dios. El Señor Domingo Eduardo Lezica, le trae de Francia un frasco con agua de la gruta de Lourdes. Ella lo usa con fe y promete a la Virgen que si recuperaba la vista, se dedicaría por completo al cuidado de los enfermos y que trataría de formar una sociedad con este fin. Ante el asombro de los doctores del Hospital de Clínicas que la operaron, Mercedes recupera la vista.

Desde ese momento todos los pensamientos y las actividades de Mercedes se encaminan a cumplir su promesa. Habló con sus amigas y ellas se mostraron dispuestas a compartir sus ideales y la Divina Providencia, le concede una suma de dinero muy importante, con un billete de lotería encontrado en la vereda. Solo le faltaba la aprobación y la bendición del Arzobispo Federico Aneiros, el cual se mostró durísimo con Mercedes, por ser anciana y con su joven asociada Paula Tello, por ser demasiado joven y delgada. Por tres veces volvieron al Arzobispado y fueron rechazadas. Finalmente, ante la perseverancia de las mismas y las peticiones de sus amigas, el Arzobispo les da su autorización y bendición.

El 13 de Abril de 1880, el mismo Monseñor Federico Aneiros y las autoridades de la orden, presidieron la fundación del nuevo Instituto, en que vistieron el hábito ocho señoritas, deseosas de consagrarse al servicio del Señor y de sus hermanos. Dicho Instituto se llamó “Instituto De las Hermanas Terciarias de la Caridad”, fruto del más acendrado amor a Dios y al prójimo. En el año 1884, al recrudecer nuevamente la epidemia del cólera, se fundaron lazaretos en Lobos y en Chacomús (Buenos Aires) y la municipalidad de esta localidad pidió Hermanas para asistir a los enfermos. El Arzobispo lo autorizó.

En el año 1888, sintiéndose enferma, Mercedes renunció a su cargo de superiora y solicitó trasladarse a Chascomús, al solar donado por la Sra. Elortondo, junto a las márgenes de la laguna. Reparadas en parte sus fuerzas, se dedicó con la ayuda de este pueblo a la fundación del asilo San José, destinado a niñas huérfanas y pobres. En el año 1900, cuando el Papa León XIII celebro el acontecimiento del nuevo siglo, invitando a la cristiandad al gran jubileo ella, llena de alegría, participó de la peregrinación argentina. Tenía entonces ochenta y tres años. Al verla a sus pies, el Papa con ojos de águila e intuición divina, exclamó. “¡He aquí el tipo de mujer fuerte”, y le obsequió una hermosa medalla. Ganó el Jubileo y recibió la bendición apostólica.

Extenuadas ya sus fuerzas, murió en Buenos Aires, el 31 de Julio de 1901, dejando a sus hijas y al pueblo argentino la antorcha perenne de sus virtudes de abnegación y sublime caridad. Todos deseamos vivamente que pronto llegue la exaltación, bien merecida, de sus virtudes.

Elsa Lorences de Llaneza

Hna. Martha Pereyra Iraola


Martha María Sara Clara del Sagrado Corazón de Jesús Pereyra Yraola Ayerza –su nombre completo según la partida de bautismo– nació en Buenos Aires el 26 de agosto de 1913. Era la sexta hija del matrimonio compuesto por Martín Pereyra Yraola y Esther Ayerza. Un hogar feliz de diez hermanos donde la fe profunda acompañaba la vida de familia, de mucho cariño. Su madre falleció en 1922, dejando una hija más pequeña, María Luisa, de seis meses.

Tras recibir la comunión en 1920, culminó sus estudios en el Colegio Sagrado Corazón. Allí descubrió su vocación religiosa y entró en el Noviciado del Sagrado Corazón el 23 de junio de 1933.

Después de sus primeros votos, comenzó su vida en los colegios, más bien en trabajos escondidos, dando todo su cariño a todos, niñas o monaguillos. Su profesión perpetua fue el 9 de abril de 1942. Luego tuvo tareas de más responsabilidad, costosas a su deseo de vida más oculta.

En el cambio de la vida religiosa después del Concilio, mostró su fidelidad creyente, y gozó mucho en los nuevos apostolados cerca de los pobres, donde le tocó vivir: interior de Argentina (Reconquista y La Rioja), y barrios del Gran Buenos Aires (Libertad y Villa Diamante).

Por salud tuvo que volver a la comunidad grande en Almagro, donde vivió sus últimos años. Murió el 25 de agosto de 1998, un día antes de cumplir 85 años.

Lis Anselmi

miércoles, 10 de agosto de 2011

Hna. Martha Pereyra Iraola - Oración

Te damos gracias, Señor,
por la vida de nuestra Hna. Martha.
En ella vimos el reflejo de tu corazón.
Lo volcaba en palabras y gestos de amor
y servicio a cada persona,
en lo cotidiano de la vida.
En su sonrisa y alegría
¡transparentó tu presencia!
Vimos su fidelidad en cada cambio que le tocó vivir,
abierta y disponible, pobre y pequeña.
¡Creciendo siempre más!
¡Tu Reino y tus preferencias se hicieron suyas!
¡En su Dueño estábamos todas y todos!
Hoy te presentamos y confiamos,
por las manos de Martha,
esta gracia que necesitamos alcanzar…
y su beatificación.
Padrenuestro, Ave María y Gloria.

Con la aprobación del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, s.j.

Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión de a Sierva de Dios, que las comuniquen a las Hermanas del Sagrado Corazón: secretariaprovincial@confar.org.ar

MADRE MARÍA SAN AGUSTÍN DE JESÚS

Fundadora de veintiocho Monasterios del Buen Pastor

La vida de la Madre María de San Agustín de Jesús, es tan hermosa, tan inteligentemente trabajada y tan amorosamente fundida en la voluntad de Dios, que puede llamarse “un poema heroico de amor”.

Josefa Fernández, quien al hacerse religiosa se llamó sor María de San Agustín, nació en la ciudad de Santiago de Chile, el 15 de Marzo de 1835, hija de Pedro Fernández y de Rosa Santiago Concha. La familia era de alto nivel social y económico, muy piadosa y caritativa. En ese cálido ambiente de amor a Dios y al prójimo, fue creciendo la niña.

Josefa no frecuentó colegio alguno, pero recibió una educación muy completa en su casa. Como estaba dotada de memoria sorprendente y era sumamente estudiosa, hizo rápidos progresos. Al llegar a la adolescencia, era dueña de una rara cultura y de una ilustración poco común. Hablaba diversos idiomas, había cursado con ventajas las ciencias generales, era hábil en la teneduría de libros, tenía hermosa caligrafía, y su estilo correcto y elegante, la hacía muy competente para la redacción de cartas y de toda clase de escritos. La niña era activa y servicial. Su temperamento se destacaba por una energía varonil y un corazón extremadamente tierno y delicado.

En el año 1855, llegaron de Francia las primeras religiosas del Buen Pastor de Angers. Gracias a la solicitud del Arzobispo de Santiago, Rafael Valentín Valdivieso, la Sociedad de Beneficencia de la ciudad tomó a su cargo los gastos, tanto de la instalación provisoria inicial como del futuro monasterio. Como tesorera, fue nombrada la señora Rosa de Fernández, la madre de Josefa. Tanto la madre como la hija, que parece asumió el cargo de secretaria, salían a la calle a pedir cooperaciones generosas o humildes limosnas, y estaban decididas a todo “por gloria o por
humillación”, con tal de que avanzaran las obras.

El contacto de Josefa con las hermanas, provocó en su espíritu una lucha fuerte y sorda, pues ella se resistía a entrar como postulante. Estaba en este combate cuando sintió la inspiración de hacer los Ejercicios Espirituales. Las palabras del predicador, los temas tratados y el poder de la gracia convencieron a Josefa que tomó una enérgica resolución: Le pidió a su hermano que avisara a sus padres que, apenas terminado el retiro, ella entraría en el monasterio.

Era el 5 de Abril de 1862, cuando la Congregación del Buen Pastor recibía a la joven. Un mes fue juzgado suficiente preparación por la Superiora y el 4 de mayo se fijó para la toma del hábito. El mismo arzobispo le dio a la postulante el santo hábito de la religión y un nombre nuevo. Desde ese día se llamó Sor María de San Agustín de Jesús. El 21 de Junio de 1862, Sor María Agustín hizo su profesión de los votos religiosos, y el 14 de Setiembre de 1864, la nombran vicaria del monasterio.

Desde ese día, por sesenta y tres años seguidos, la Madre San Agustín debió cargar el peso de la superioridad; pero esos sesenta y tres años fueron para el Instituto “Una grande y continua bendición”, por los gigantescos progresos en monasterios y personal, en obras de bien social y cultural al servicio de las niñas en peligro o de la mujer caída.

En esos sesenta y tres años el Buen Pastor creció de manera extraordinaria. Sus actividades abarcaron las cinco naciones del cono Sur: Chile, Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay, en las cuales plantó dieciocho monasterios.

La Madre San Agustín había llegado a los noventa y tres años. Innumerables fueron sus cruces, tribulaciones, sufrimientos personales, y mayores fueron las preocupaciones y los sacrificios por las muchas casas nuevas del Buen Pastor. En los últimos tiempos, su salud comenzó a deteriorarse, pero conservó hasta el final su lucidez mental.

El 12 de Enero de 1928, su estado de salud se agravó y el 13 de Enero a las diez y cuarto de la mañana, la venerable cabeza de la moribunda se venció hacia atrás y el alma de la Madre San Agustín, voló al seno de Dios con las manos cargadas de méritos y el corazón colmado de amor.

En una oportunidad, la imagen del Niñito Jesús, que, de vez en cuando le hablaba, le había dicho: “La muerte del justo es el principio de infinitos bienes”.

Elsa Lorences de Llaneza

SOR LEONOR MATURANA

Hermana Carmelita de la Caridad

El 25 de Julio de 1884 nacen en Bilbao, norte de España, las mellizas Leonor y Pilar Maturana, en una familia de sólidas creencias religiosas.

A los cuatro años van al colegio de las “Hijas de la Cruz”. Allí aprenden a leer, escribir y a valorar las verdades de la fe. Eran tan parecidas entre ellas, que todos las confundían, hasta la madre. Leonor llegó a ser destacada profesora de música, canto e idiomas. Desde pequeña, Leonor se distinguía por sus gracias y ocurrencias, que hacían reír a todos cuantos la trataban.

A los quince años, las hermanas, ya habían trazado su camino de vida: ser religiosas. Leonor dirigió sus pasos hacia las Hermanas Carmelitas de la Caridad y Pilar llamó a la puerta de las Mercedarias y más tarde fue la fundadora del Instituto Misionero de Berriz.

Durante el noviciado, Leonor no solo aprendió el espíritu de oración, de caridad y de servicio de la Fundadora, Santa Joaquina Vedruna, sino también su gran pasión por las almas y su deseo de colaborar en las grandes necesidades de la iglesia, Entonces florece en ella el deseo de abrirse al gran mundo de las misiones.

Cuando el Instituto proyectó abrir sus casas en la Argentina, Sor Leonor se ofrece a ir.
Seis religiosas viajan a la ciudad de Suipacha (Buenos Aires), para fundar una escuela con pupilas y externas. En los primeros días sufrieron agudos y peligrosos momentos de nostalgia, que Leonor distraía con sus acostumbradas payasadas, cantando y bailando.

Decía ella en sus conversaciones: “Me llama siempre la atención el vivir santamente alegre, pues observo que, a veces, se puede ensanchar el corazón de la Hermanas, y hasta el de la superiora, con una simple sonrisa al encontrarlas. Me parece que complazco a Jesús, alegrando y dulcificando en lo posible la vida de comunidad, demostrando en todas las ocasiones, a las Hermanas, que las quiero de veras. ¡Es tan agradable sentirse amado!

Las monjitas vivían de los productos del campo, que la gente del pueblo compartía con ellas. La escuelita era pequeña pero animada. Las religiosas habían ido a Suipacha, para vivir personalmente el Evangelio y enseñárselo a las niñas y sus familias. Sor Leonor gozaba del silencio y la oración.

En el año 1930, Sor Leonor fue nombrada superiora de Suipacha. En una de sus cartas dice: “¡Si vieras que ganas tengo de ser Santa! Hace tiempo tenía deseos de morirme, para estar con Dios y verlo por fin amado del todo. Ahora, sin quitárseme ese deseo, me dio el Señor, por su bondad, una luz de la brevedad de esta vida, junto con su afán de aprovecharla bien y hacer algo en provecho de las almas”….

El 27 de Noviembre de 1930, enferma gravemente y es trasladada a Buenos Aires e internada en el Hospital Rivadavia. El 5 de Enero de 1931, la operan de un cáncer en el estómago. El 27 del mismo mes, la llevan en estado muy delicado, al colegio de Belgrano donde muere al día siguiente, momentos después de haber recibido la Eucaristía.

Inmediatamente, la gente de Suipacha se moviliza para que la Hermana Leonor descanse en ese pueblo. En un mes superaron los trámites y lograron que sus restos fuesen sepultados en el frente del templo parroquial.

En el año 1953, se inicia la causa de beatificación y en diciembre de 1993 el papa Juan Pablo II, aprueba el decreto sobre las virtudes.

Elsa Lorences de Llaneza

María Lourdes Del Santísimo Sacramento


La Sierva de Dios María Lourdes del Santísimo Sacramento (Mayorina Josefa Para Scaglia), nació el 13 de Junio de 1900, en la localidad de Carlos Pellegrini (Santa Fe), hija de Juan Para y de Mayorina Scaglia. Trabajó en las tareas rurales junto a sus Padres y, cuando su familia se trasladó a la Ciudad de Gálvez (Santa Fe), se desempeñó como modista pantalonera y, con ese fino trabajo, pudo ayudar económicamente a su familia.

En el año 1931, con un grupo de señoras y señoritas, fundó la Asociación del Apostolado de la Oración. El 19 de Abril de 1932, ingresó en el Monasterio del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento de la Orden del Verbo Encarnado en la citada población. La Orden del Verbo Encarnado se constituyó en Francia en el año 1625, por inspiración y mandato del mismo Señor Jesucristo a la venerable sierva de Dios Juana Chezard de Matel. Esta Congregación tiene como espiritualidad, dar a conocer el Verbo Encarnado, profundizar las Sagradas Escrituras, solemnizar las fiestas litúrgicas y la adoración al Santísimo Sacramento. La tarea que desarrollan es la educación. En la Comunidad de Rosario, Sor María de Lourdes, desarrolló toda su vida religiosa, desempeñando las tareas de despensera, cocinera, encargada del comedor, enfermera, portera, maestra de párvulos y encargada de las alumnas pupilas, mientras existía el internado.

En toda su vida de consagrada al Verbo Encarnado, se conformó tranquilamente con lo que la Providencia le proporcionó. No conoció la vanidad ni la ostentación. Con su modestia y paciencia, con su humildad y sencillez estuvo siempre presente en los actos de la Comunidad. A pesar de su edad avanzada, en los últimos años, se mostró atenta y pronta a servir a la Hermanas, aún cuando algunas, por su trabajo y estudio llegaban tarde a cenar. Su caridad, su abnegación y su espíritu de sacrificio, confirman la profundidad de su amor por vivir en la vida consagrada sus esponsales con Jesús, el Verbo Encarnado. Llevaba una vida humilde y oculta, al servicio pleno de la comunidad y de las personas que pasaban por la puerta del colegio, especialmente de los pobres. Era tan servicial, que el mismo día de su muerte dejó la comida preparada y el vaso de leche listo para una religiosa. Al tener un dolor más fuerte en el brazo y en el pecho, pidió permiso para retirarse. La superiora se acercó a su cama y comenzó a rezar la jaculatoria “Jesús en vos confío”, mientras la cubría con una colcha liviana porque tenía chuchos de frío. Al taparla en dos oportunidades, la sierva de Dios pronunció sus últimas palabras: “Muchas gracias”. El 6 de junio, repentina e inesperadamente falleció. El poder vivir en paz, el conservar la dulzura del corazón y el poder servir a tan variados caracteres que pasaron por la comunidad durante sus cincuenta y cuatro años de vida religiosa, son fruto de su íntima unión con Dios y de su fidelidad a la oración en la sencilla confianza y en la ternura de Dios Padre.

Elsa Lorences de Llaneza

HERMANA PURA ROSA DEL CARMEN OLMOS


La Hermana Pura Rosa del Carmen nació en la pintoresca zona serrana de la Cumbre, Provincia de Córdoba (Argentina) el 26 de febrero de 1896, hija de Pío Cruz Olmos y de Clorinda Campos, fervorosos y ejemplares esposos y padres cristianos. El 19 de Diciembre de 1918, vistió el hábito carmelitano entre las Hermanas Carmelitas Descalzas de Santa Teresa de Jesús e hizo su profesión simple el 28 de Diciembre de 1920. Desempeñó numerosos cargos de maestra de grado, vicerrectora, maestra de novicias, superiora, ecónoma, enfermera, proveedora, portera, consejera general en las distintas casas del Instituto.

Después de una breve enfermedad, falleció en Córdoba el 28 de Julio de 1965, a los sesenta y nueve años de edad. Quienes la conocieron recuerdan su vida de sacrificio y su abnegado espíritu fraterno y solidario y proclaman: “Era una Santita”. Sus restos descansan en el cementerio de San Jerónimo, en el panteón de las Terceras Carmelitas de Santa Teresa de Jesús, donde nunca le faltan flores frescas y los cientos de cartas que agradecen las gracias recibidas a la Hermana Purita, cuya fama ya trasciende los límites de la Provincia de Córdoba.

La causa de Beatificación fue iniciada en el año 1996, con un oficio religioso celebrado por el Cardenal Raúl Francisco Primatesta. Después de completar una investigación sobre la vida de la hermana, se logró el visto bueno del Vaticano, para seguir adelante. “La hermana Pura Rosa se distinguió por su sencillez y humildad, pobreza y caridad, abnegación y servicio”. Ojalá pronto la veamos beatificada.

Elsa Lorences de Llaneza

sábado, 6 de agosto de 2011

Fray Mamerto Esquiú

Obispo de Córdoba

El 11 de Mayo de 1826 a las once de la noche nació en Piedra Blanca a 15 km. de Catamarca Fray Mamerto Esquiú. El recién nacido sufría de delicados problemas de salud, por eso el padre, Santiago Esquiú, inmediatamente lo bautizó y, como ese día se celebraba la fiesta de la Ascensión, le impuso el nombre de Mamerto de la Ascensión.

A los cinco años, su piadosa madre, María de las Nieves Medina, le vistió un hábito de San Francisco. A los seis sabía leer y escribir. A los nueve, entro a estudiar latinidad, siempre con su hábito. A los diez perdió a su madre. En ese mismo tiempo lo recibieron de limosna en un convento. A los diecisiete concluyó teología. A los veinte perdió a su padre. A los veintidós se ordenó sacerdote. A los veinticinco predicó el primer sermón; era entonces profesor de filosofía en un colegio.

En la Argentina, tanto la gente sencilla como los críticos literarios, sin distinción de credos religiosos o de ideologías políticas, ponderan a Esquiú como el mejor orador sagrado. En todos los textos de la historia de la literatura argentina se lo estudia elogiándolo. Entre los sermones más importantes, se destaca el sermón pronunciado el 9 de Julio de 1853 en Catamarca sobre la Constitución Argentina. Meses después, se lo volvió a oír en la misma iglesia matriz de Catamarca, al instalarse las autoridades constitucionales.

Desde ese momento, se amontonaron los laureles sobre la cabeza de fray Mamerto. El gobierno Federal de la Nación ordenó la publicación de los dos sermones y una biografía del orador. Así llovieron sobre él nombramientos y cargos de alto nivel y hasta se le ofreció una subvención para que fuera a estudiar a París. También se lo incluyó en las ternas de varios obispados vacantes. En lugar de regocijarse por tantas distinciones, el alma de Esquiú se sentía agobiada por la amargura y el desencanto. El amaba la soledad, el silencio, el retiro, la vida humilde y recoleta.

Poco a poco, comenzó a renacer y reflotar en él un antiguo anhelo, el de una vida franciscana más regular y austera, como se estaba viviendo en el convento de Tarija (Bolivia). El 9 de febrero de 1862, con los debidos permisos, se puso en camino a caballo.

A mediados del año 1870, a la muerte de monseñor Escalada, arzobispo de Buenos Aires, el Senado de la Nación propuso a Esquiú como sucesor; pero éste, después de dos meses de oración y reflexión, envió su célebre renuncia, motivándola en su indignidad e incapacidad, e “inspirada – según dice él- en su amor a la Patria a Dios y a su Iglesia”.

Con el fin de que nadie más pudiera buscarlo, se alejó de la Argentina dirigiéndose a Tierra Santa, donde permaneció un año y medio. En los primeros meses del año 1878, el Superior General, le ordenó regresar al país. De paso por Roma, tuvo el privilegio de ser recibido en audiencia por el papa León XIII.

Apenas llegó a Catamarca, recibió un telegrama comunicándole que había sido designado Obispo de Córdoba. El mismo Presidente de la Nación, doctor Nicolás Avellaneda, se dirigió al Sumo Pontífice solicitando la investidura canónica del candidato. El domingo 16 de Enero de 1880 el nuevo obispo tomó posesión de su cargo.

El primer año de sus actividades pastorales estuvo casi siempre en la Ciudad de Córdoba, organizando la curia y las parroquias; restableció los estudios teológicos de la Universidad Nacional; se preocupó del Seminario Diocesano; fundó cofradías y una larga serie de obras culturales, sociales, caritativas, religiosas…; predicó innumerables Ejercicios Espirituales y Misiones Populares.

Un sacerdote muy amigo del Obispo escribe: “Siempre y a toda hora el ilustrísimo Esquiú estaba rodeado de pobres. No tenía tiempo para recibimientos o ratos recreativos con amigos. En dos años, hemos podido hablar con él unas pocas veces y por pocos minutos y, muy a menudo, de pie y a toda prisa. Sólo los pobres podían entretenerse con él y a gusto, y manifestarle todas sus necesidades espirituales y temporales”.

Después de las fiestas navideñas de 1882, inició una gira pastoral por La Rioja y Catamarca. El gerente del ferrocarril le ofreció un coche especial, pero el rehusó y sacó un boleto de segunda clase en el ferrocarril porque alegaba: “Yo no puedo gastar en lujo porque la plata que tengo no es mía, sino de los pobres”.

El 8 de Enero de 1883, después de celebrar misa en la celda de San Francisco, partió de la Rioja, pero ya estaba enfermo de gravedad. El miércoles diez de Enero a las dos y media de la tarde, la mensajería llegaba a la posta del Pozo del Zuncho (hoy estación Esquiú, provincia de Catamarca), donde esperaba al Obispo muchísima gente. Allí se quebró. Su Secretario con ayuda de otras personas lo colocan en un humilde catre de tientos de cuero, en un rancho del lugar. Su secretario, le administra los últimos sacramentos y a las tres de la tarde del 10 de Enero de 1883 entregó su alma pura al Señor: “Con una muerte tan dulce como la sonrisa de un ángel”.

Luego fue trasladado a Córdoba donde recibió exequias triunfales. Cuando se le hizo una autopsia para saber el motivo de su muerte, el cuerpo ofrecía todos los síntomas de la descomposición, pero el corazón estaba intacto, suscitando maravillas en todos los presentes.

Ahora ese corazón se guarda en una hermosa hornacina del templo de San Francisco de Catamarca. Miles y miles de devotos acuden anualmente a venerarlo, lo cual, muy pronto, como es el anhelo universal, llevará al Padre Mamerto a la gloria de los altares.

Elsa Lorences de Llaneza

María Antonia de Paz y Figueroa "Mamá Antula"


María Antonia, “mujer insigne, gloria de nuestra patria y ornamento de la iglesia argentina” (Ezcurra), nació en el año 1730, en la pequeña población de Silípica (Santiago del Estero, Argentina), hija de Francisco Solano de Paz y Figueroa y Andrea Figueroa.

Recibió buena y sólida instrucción: lectura, escritura, matemática, catequesis, vidas de los Santos, trabajos domésticos, manualidades femeninas, etc. Todos los testimonios destacan que María Antonia tenía rasgos de gran hermosura. Fue dotada de inteligencia viva y penetrante, de una voluntad tenaz y emprendedora, de corazón abierto y bondadoso, de hondo sentido de responsabilidad, de gran capacidad para comprender el alma popular y sus necesidades reales. Estas prendas físicas, morales e intelectuales formaban un conjunto armonioso y fascinante, que irradiaba simpatía y encanto.

La Compañía de Jesús tenía, en la ciudad de Santiago del Estero, casa e iglesia, regenteaba un colegio, dirigía los Ejercicios Espirituales, predicaba misiones populares, cultivaba las inteligencias, educaba voluntades y formaba apóstoles. Alrededor de los jesuitas, se había formado un grupo de mujeres que buscaban su dirección espiritual y colaboraban en la obra más genuina y valiosa de la Compañía: Los Ejercicios. A este grupo pertenecía María Antonia que luego de una sólida preparación, se convirtió en beata (o laica consagrada), consagrando su virginidad al Señor con voto privado. Alrededor de ella, y cautivadas por su carisma, se juntaron racimos de doncellas y algunas viudas que dieron lugar a un beaterio, nombre con que se bautizaba a la casa donde vivían las consagradas que, con sus trabajos y sacrificios, sostenían la casa de Ejercicios.

En el año 1767, por orden del rey Carlos III, se expulsan de Buenos Aires a los jesuitas. La noticia de esta expulsión cayó como una mortaja sobre todo el país, en particular en la ciudad de Santiago. María Antonia no podía resignarse a tanto dolor y se interrogaba si no se podía hacer algo por tanta gente afligida. Hasta que una voz interior le susurró: “¿No podrías continuar tú la obra de los Ejercicios?”. Encandilada por la inspiración de lo alto, María Antonia confió sus locuras al Padre Diego, mercedario, hombre de saber y celo, quien no solo la apoyó sino que también ofreció su colaboración, en la que el Padre brindaría sus servicios ministeriales, y ella toda la infraestructura organizativa y material: alojamientos y provisiones. La beata solicitó y acomodó una casa espaciosa, y comenzó la labor lenta y capilar de convocar gente a los Ejercicios. Esa fue la chispa inicial de una inmensa obra.

Muy pronto, María Antonia, se sintió dichosamente desbordada por el éxito, y sus ojos se abrieron, en un primer momento, al campo santiagueño y después a toda la región de Tucumán, solicitando previamente el debido permiso a Juan Manuel Moscoso y Peralta, obispo de la región. Antes de otorgarle un amplio crédito de confianza, parece que el prelado le pidió que organizara una tanda y los éxitos fueron tan notables, que el obispo, valorando las grandes ventajas y fines de los Ejercicios, la favoreció en todo y la recomendó a los párrocos de su jurisdicción.

La sierva de Dios se dirigió entonces desde Jujuy a Salta y de ahí a San Miguel de Tucumán, desde donde se encaminó a Catamarca y a la Rioja y finalmente recaló en Córdoba, después de haber recorrido más de dos mil kilómetros a pie. Ella misma decía que: “En el Tucumán, había dado 60 tandas de Ejercicios”.

María Antonia, conquistó Córdoba con su humildad, con su laboriosidad enarbolando los Ejercicios, con su fervor religioso y con su vida. Las principales familias la acogieron como una enviada del Señor y le abrieron las puertas de sus casonas para que organizara tandas de Ejercicios. Entre los beneficios más significativos de éstos, se encontraban las conversiones y la igualación de las clases sociales. Hacia principios de septiembre del año 1779, siguiendo su itinerario misionero al servicio de los Ejercicios, María Antonia y su grupo de beatas, emprendieron a pie, el viaje hacia Buenos Aires, que las recibe con burlas y desprecios al verlas cubiertas de polvo y extenuadas por la fatiga. La beata, se presentó al obispo de la época, el franciscano Sebastián Malvar y Pinto, para solicitar el permiso de organizar Ejercicios, pero inicialmente halló poca o ninguna aceptación. Cuatro años después, el mismo Obispo, en una carta al Papa, describió las vicisitudes soportadas por la sierva de Dios, su paciencia y serenidad, la concesión del permiso y los inmensos beneficios que se lograron. María Antonia se entregó, con su fuego interno, a promover los Ejercicios.

Comenzó con una casa prestada y más adelante, alquiló sucesivamente varios locales. Al final se lanzó con una construcción nueva y amplia, totalmente dedicada a la obra de los mismos, que todavía funciona y es la Santa Casa de Ejercicios, situada en Avenida Independencia 1190 esquina Salta. Durante los veinte años de la presencia de la beata en Buenos Aires, entraron en Ejercicios más de cien mil personas.

María Antonia, serena y santamente, se durmió en el Señor el 7 de marzo de 1799. Como había pedido en su testamente, su entierro fue de limosna. La beata, que manejaba anualmente cientos de miles de pesos para mantener a los ejercitantes, en su desprendimiento radical, no había guardado ni un centavo para su entierro. Ella edificó esta ciudad con su vida ejemplar y la santificó con su celo extraordinario. Fue una mujer fecunda en santidad y obras buenas para sí y para todos los ejercitantes.

Elsa Lorences de Llaneza

Sor Ludovica de Angelis

Creadora del Hospital de Niños de la Plata



Sor Ludovica nació en San Gregorio, a pocos kilómetros de la ciudad de L’Aquila, donde murió y es venerado el gran misionero franciscano San Bernardino de Siena.

El 14 de noviembre de 1904, ingresó como postulante en el noviciado de las Hijas de la Misericordia de Savona. El 3 de Mayo de 1906, hizo la profesión religiosa. El 14 de noviembre de 1907, se embarcó en Génova y llegó a la Argentina como misionera.

En sus comienzos, fue destinada al Hospital de niños de La Plata. Sus primeras tareas fueron la cocina, la despensa y el guardarropa. El Hospital, se componía de una alambrada, un portón y un par de salas de madera, es decir casi galpones.

El Director del Hospital se llamaba doctor Carlos Cometto. Al recorrer diariamente las dependencias del modesto Hospital, quedó impactado por el don de gentes y el sentido de responsabilidad de la religiosa y pensó ponerla de administradora.

Entre el doctor y la religiosa se trabó una lucha sorda. En esa porfía, la una quería demostrar su incapacidad y el otro, afirmar y afianzar su propuesta. Al fin, para suerte del Hospital de Niños, ella accedió y aceptó el cargo.

Seis años después, a la muerte de sor María Rita Libardi, superiora del Hospital, el doctor Cometto, propuso a sor Ludovica como superiora, hallando las mismas resistencias en la interesada. Gracias a la intervención de la Madre Provincial, también esta vez Sor Ludovica, hija de la obediencia, agachó la cabeza y accedió al cargo, que conservó prácticamente hasta la muerte.

Los primeros tanteos de Sor Ludovica de Ángelis fueron difíciles y complejos. Tenía que dar órdenes, admitir personal, tomar decisiones, distribuir tareas, delegar responsabilidades y, sobre todo, vigilar.

He aquí el primer logro, como se expresa Raúl Romero: “Sor Ludovica luchó y logró quitar al Hospital de Niños, toda la frialdad de los hospitales clásicos”.

Durante esos primeros años, la religiosa aprovechó todo momento libre, para aprender y ejercitarse en todos los oficios propios de una enfermera. Llegó a ser una experta colaboradora de los médicos hasta en el quirófano.

El doctor Gorostiague así la describe: “Sor Ludovica se desempeñaba como anestesista, ayudaba en los actor operatorios, aplicaba inyecciones, realizaba curaciones y, secundada por las Hermanas, hacía de serena. Desempeñaba todos los menesteres, hasta los más humildes, para que el Hospital alcanzara el funcionamiento normal”.

Ludovica repetía a menudo: “No olviden que aquí, antes de cualquier cosa, están los niños….. Y, si no son bien atendidos, aquí todo está de mas, desde el director hasta el último peón”. Con voz unánime todos decían: “ Sor Ludovica es la madre de todos”.

Las Hermanas del Hospital, se hallaron frente a un problema dramático: Qué hacer, con los niños huérfanos o abandonados por sus padres, quienes, después de haberlos internado en el Hospital, se despreocupaban de ellos. Todas ellas con Sor Ludovica a la cabeza, decidieron tomarlos a su cargo, asumir la tarea de hacerlos crecer, educarlos, prepararlos para la vida, enseñarles un oficio o una profesión. De esa manera, esta mujer de pocas letras, transformó el Hospital en un Hogar-Escuela.

La salud de Sor Ludovica, siempre fue muy frágil, aunque ella buscaba esconder sus sufrimientos. La extirpación de un riñón en el año 1935, le causó insomnios y muchas molestias. En el año 1957, fue atacada gravemente por un edema pulmonar, tanto que se temía que no pudiera sobrevivir.

Además de los sufrimientos físicos, debemos añadir los espirituales. El importantísimo cargo de administradora y de la sucesión de magníficas obras que salían de su creatividad y de su espíritu emprendedor para el bien de los niños y el progreso del Hospital, suscitaron entre los celosos y envidiosos un avispero de prejuicios, críticas, calumnias, acusaciones, imputaciones, intrigas, sañas, intervenciones…. Además, tuvo que soportar siete acusaciones por malversación de fondos… ¿Qué hacía la monja? Frente a las calumnias callaba y “en los momentos de más profunda aflicción, se ponía con los brazos abiertos ante el sagrario pidiendo perdón para sus calumniadores”.

El Gobierno de la Provincia de Buenos Aires quería imponer el nombre de la religiosa al Hospital de Niños. Ella lo rechazó resueltamente. Sólo se lo pudieron asignar después de su muerte.

La Hermana Ludovica falleció el 25 de febrero de 1962. Después de largo y minucioso proceso, el papa Juan Pablo II, proclamó la heroicidad de las virtudes., Ya se está avanzando en el estudio del milagro.

Fueron frutos de los desvelos y constante preocupación de Sor Ludovica, el solarium de Punta Mogotes de Mar del Plata, el actual pabellón de Cirugía, la capilla de City Bell y otras salas. Estas obras nos la presentan como la auténtica creadora de lo que, en su mayor parte, constituye hoy el Hospital de Niños (del decreto oficial).

Elsa Lorences de Llaneza

Sor Leonor de Santa María Ocampo


Sor Leonor nació el 15 de Agosto de 1841, en una cueva del cerro Famatina, perteneciente a Sañogasta, un pueblo de la Provincia de la Rioja, en época de grandes luchas por la organización nacional.

El año 1843 fue un año de grandes convulsiones. Llega a Chilecito el Gral. Benavídez con un poderoso ejército, parte del cual se aloja en Sañogasta. Este batallón comete desmanes, atropellos, saqueos y secuestros de criaturas. Leonor también es secuestrada y solo las súplicas y muchas lágrimas de su mamá ante el general Benavídez, logran sacar a la niña de estas garras perversas.

Leonor cuenta: “La despensa de mi madre era rica y estaba siempre abierta a todos los pobres. Yo era la que distribuía todas las limosnas que se daban. Mi madre era toda caridad y nada se reservaba. Yo andaba por las casas de los pobres. Cuando no veía nada, ni fuego en sus cocinas, era porque no tenían que cocinar, me volvía calladita a casa y se lo contaba a mi madre y ella me despachaba con buenas provisiones, para que se las llevase. Dios premió esta caridad de mi madre, dándole a ella una preciosísima muerte y a su hija, la vocación religiosa”.

Estando en la ciudad de La Rioja, Leonor asiste con mucho fervor a una misión popular. A su término se dirige a la Virgen para agradecerle el bien que había recibido su alma y le consagra toda su persona y sus obras. Al hacerlo, goza de un arrebato especial.

El 2 de Julio de 1613, se funda en Córdoba el monasterio de Santa Catalina de Siena, donde Leonor, venida desde La Rioja, entra como postulante.

Inefables fueron las gracias místicas que el Señor regala a su sierva fiel. Así las describe la propia Leonor: “Puedo decir con toda verdad que el amor divino me enfermaba, y ésta era una enfermedad muy dulce y sobremanera deleitosa”.

En muchas otras visiones, sor Leonor habla de su intimidad con el Señor, por ejemplo: “En una ocasión, se me apareció nuestro Señor vestido con hábito dominicano. Yo me arrodillé delante de Él y Él me hablaba íntimamente.

Además de entenderlo, yo me iba encendiendo tanto en el divino amor, que Él me llamó. Yo me acerqué a Él y Él con su brazo derecho me estrechó contra su costado. El regalo de mi alma fue tan grande, que sobrepasaba a todos los anteriores. Permanecí mucho tiempo abrazada a Él y, con el alma llena de luz divina, comprendí, conocí y admiré el poder infinito de Dios, su grandeza y su amor sin límites por sus criaturas”.

Entre los varios servicios que sor Leonor brindó a la comunidad, uno de entre los más importantes y delicados fue el de enfermera. Parece que ella supo mezclar muy bien la vida contemplativa con la vida activa de buena samaritana.

Una de las visiones más impactantes de sor Leonor, es la que ella misma cuenta: “En una oportunidad, vi un alma en sueños, un alma bellísima, como quien se mira en un gran espejo. Esta alma estaba dotada de todas las gracias que Dios puede hacer a una criatura; pero sobre todas las virtudes que la adornaban, una virtud sobresalí y la ponía muy resplandeciente: La humildad. Al ver esta alma tan linda, dije llena de envidia: ¡Dichosa criatura que así te ha adornado tu creador! Tiempo después el Señor me hizo conocer que esa alma era mía y me dijo así: “Es verdad hija que tienes muchos defectos, pero tienes una virtud que excede a las demás, y es la humildad. Ella borra todos tus defectos y adorna tu alma, de suerte que no te queda defecto alguno”.

El Señor se lleva al cielo a sor Leonor de Santa María Ocampo, el 28 de diciembre de 1900, día de los Santos inocentes.

Elsa Lorences de Llaneza

Laura Vicuña

La flor de la Patagonia


Laura Vicuña nació en Santiago de Chile el 15 de Abril de 1891. Hija de José Domingo Vicuña y de Mercedes Pino. El padre era militar. Chile estaba viviendo una guerra civil, provocada por la Marina, para derrocar al presidente Balmaceda, el cual para evitar lo peor, propuso como candidato presidencial a Domingo Vicuña. Pero ya era tarde. Sus contrarios se posesionaron del poder y empezaron una persecución despiadada contra Balmaceda, Vicuña y sus partidarios. José Domingo Vicuña se refugia con su familia en Temuco, a 500 km. Al sur de Santiago donde, en el año 1893, nace la segunda hija, Julia Amanda. Pocos meses después muere, agotado y extenuado.

Su esposa, al verse sola y abandonada en un pueblo de aventureros, desterrados y perseguidos políticos, decidió cruzar los Andes con las hijas y establecerse en Neuquén (Argentina). Era el año 1899. En el nuevo ambiente, la señora Mercedes se encontró desamparada y sin recursos y con dos niñas a las que criar. La casualidad la puso en relación con un rico propietario de 40 años, Manuel Mora que era apuesto, pero pendenciero y sin escrúpulos. Al ver a Mercedes en el desamparo, le prometió su apoyo. Mercedes en seguida se ilusionó y soñó que con el tiempo podría atrapar al hombre y reconstruir su hogar y aceptó su protección y sus caricias. Mora llevó a ella y a sus hijas a su estancia. Pero unos días después, Laura, con su precoz capacidad de reflexión, comenzó a tener sospechas. ¿Cuál era el motivo de tanta familiaridad de Mora con su mamá? En su inocencia no hallaba una explicación, pero en su espíritu, crecía la sospecha de algo hosco e irregular. El 1º de Abril de 1900, se abre el año escolar en el colegio María Auxiliadora, que se inaugura en Junín de los Andes y cuya fundación, se debía al gran apóstol de Neuquén, el Padre Domingo Milanesio. A este colegio van Laura y su hermana. El catecismo preparaba a las niñas para la primera comunión. Sus grandes temas eran, junto con la vida de Jesús y de su Santa Madre, los diez mandamientos y los siete sacramentos. Cuando la hermana explicó el sacramento del matrimonio, Laura la escuchó de manera muy atenta. Los relatos dicen que sufrió un desmayo, porque había comenzado a comprender la situación irregular de su madre delante de Dios, de la Iglesia y de su comunidad. Ese conocimiento, que guardó como un secreto en su corazón, lejos de desalentar y enfriar su cariño y su respeto hacia la madre, los enardeció y los fomentó aún más.

El 2 de Junio de 1901, se fijó la Primer Comunión de Laura, y fue un cambio significativo para ella. Quería vivir siempre en gracia de Dios, consagrarse al amor de Jesús y ofrecer oraciones por su mamá. El 8 de Diciembre de 1901, en la capilla del Colegio, se realizó la imposición de la medalla y la consagración, que hicieron de Laura una hija de María.

Al llegar las vacaciones de verano, la madre llevó a sus hijas al campo. La muchacha había crecido y su rostro cautivaba las simpatías de los que la miraban. En la estancia, el patrón quedó asombrado por los encantos de la adolescente y su ser quedó envuelto en una turbia pasión. Procuró alejar a Mercedes con una excusa y se abalanzó sobre Laura para dominarla y abusarse, pero la niña se resistió con todas sus fuerzas y logró liberarse y escapar. El hombre se sintió humillado y furioso. Por ese entonces, se acercaba la fiesta anual de la estancia y el dueño quería abrir el baile con Laura, para presentarla en sociedad. La niña se negó. Cegado por la ira y la humillación, agarró a la chica por el brazo y, en medio de insultos, la echó a la noche, al frío y a la oscuridad. Enfurecido, buscó a la madre para increparle el despecho de la joven. Mercedes corrió a buscarla, pero Laura no cedió a bailar con Mora. Éste al verla regresar sin la pieza, enloqueció y aferró a la mujer por el brazo, la ató al palenque y la castigó con el látigo, tomando la determinación de no costear más los estudios de las niñas. Mercedes habló con las hermanas y se convino que Laura continuara gratuitamente en el colegio, mientras Amanda se quedaría en la estancia.

Mientras tanto en el espíritu de la niña, iba creciendo el deseo de vestir el hábito. Por ese entonces, había llegado a Junín de los Andes, Monseñor Juan Cagliero, el amigo de Don Bosco y Obispo de la Patagonia. Laura se dio maña para hablar con él y manifestarle sus deseos de ser religiosa. El Obispo le contestó que, por el momento, no tenía edad, pero la animó y confortó para que no renunciara a tal noble aspiración. Una tarde, después de la confesión, Laura le presentó al confesor, que era el padre Crestanello, una extraña petición: La de ofrecerse al Señor como víctima por la conversión de su mamá. El padre quedó sin palabras. Sólo prometió orar y reflexionar e invocar al Espíritu Santo, para que iluminara a los dos. Algún tiempo después la autorizó. La niña corrió al pie del altar y se ofreció en holocausto por la salvación de su mamá.

En agosto de 1903, Laura comenzó a manifestar una gran debilidad. Su salud estaba decayendo. Su mamá, que en la estancia no tenía medios para curar a su hija, se trasladó al pueblo, a un ranchito alquilado, que estaba muy cerca del Colegio María Auxiliadora, para cuidar mejor de su hija, dejando a la menor con las hermanas. Al entrar el año 1904, las fuerzas de Laura parecían haber llegado al extremo. Todo su cuerpo sufría por los dolores y la fiebre, pero la sonrisa no faltaba en sus labios. A mediados de Enero de ese año, Laura pidió confesarse. “Padre, sufro mucho, pero estoy contenta”. El 21 de Enero, la situación de la enferma se tornó más grave. Al día siguiente el Padre Genghini le llevó la Comunión y, después, llamó a la madre y las dejó solas. Laura le comunicó a la madre su secreto: “Mamá, acércate. Yo me muero, porque lo he pedido a Jesús. Hace dos años que le ofrecí mi vida por ti, para que vuelvas a Él. Yo me muero, pero espero que tú vuelvas a Dios y vivas como una buena cristiana”. Madre e hija lloraron intensamente, Mercedes le prometió que nunca más iría con ese hombre y que se reconciliaría con el Señor. Laura pidió un crucifijo, lo besó y dijo “¡Gracias, Jesús!”, ¡Gracias, María! Ahora muero contenta”, y serenamente expiró. Eran las seis de la tarde del 22 de Enero. Faltaban algo más de dos meses para que cumpliera trece años. La madre pidió al Padre Genghini que la confesara y comulgó en la misa de cuerpo presente.

El heroísmo y la santidad se dieron la mano en Laura Vicuña. El papa Juan Pablo II reconoció las eminentes virtudes de la niña y la proclamó beata el 3 de Setiembre de 1988, presentándola al mundo entero como modelo de vida.

Elsa Lorences de Llaneza