domingo, 18 de septiembre de 2011

Oración por la Santificación del Pueblo Argentino y la Glorificación de sus Siervos de Dios


OH Dios, fuente de toda santidad,
que nos acogiste antes de la creación
del mundo para ser santos, concede una
mayor abundancia de gracia a todo el
pueblo argentino, para que podamos
realizar confiadamente este mandato
tuyo, cumpliendo tu divina voluntad.

Asimismo, dígnate glorificar a los
Siervos tuyos que, por el ejemplo de su
vida y su valiosa intercesión, más nos
puedan estimular y ayudar para que
perseveremos con ánimo constantemente
renovado en el camino de la santidad.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Con licencia Eclesiástica

Afiche

sábado, 17 de septiembre de 2011

Don Antonio Solari



He aquí como el Padre Hernán, postulador de la Congregación del Santísimo Redentor, compendian, en forma lapidaria, los principales aspectos del dinamismo apostólico de Don Antonio:
“Oblato de la Congregación de los Padres Redentoristas, terciario dominico socio de la Cofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral, estaba continuamente rodeado de pobres a quienes socorría e instruía, insigne catequista, especialmente para los obreros y los jóvenes. Fundó la Asociación de Jóvenes Cristianos, un oratorio festivo, la Conferencia de San Vicente de los Jóvenes, la misa de los Estudiantes que, en los últimos años, reunía a unos 1500, con la participación de las autoridades eclesiásticas, civiles y académicas de Buenos Aires. El Centro de los Estudiantes Secundarios de las Victorias, el Centro de la Alfabetización de los Obreros, el Patronato de los Aprendices del Círculo de Obreros, el Hogar de San Vicente para las familias de los obreros inválidos. Fue también colaborador y propagador de otras diversas obras de apostolado, principalmente de los Círculos de Obreros, fundados por el Padre Federico Grote y de otras importantes obras al servicio de la Buena Prensa”
Antonio Solari nació en Chiávari (Italia) el 27 de Enero de 1861. Sus padres fueron: Juan Bautista Solari y Margarita Castagnino. Hacia los cuatro años de Antonio, los padres tomaron la decisión de emigrar en busca de nuevos horizontes. Sus miradas se dirigieron a la Argentina y emprendieron la penosa travesía del Océano Atlántico. Aunque no pudo ser sacerdote, debido a sus responsabilidades al frente de la familia por la muerte del padre, fue uno de los más dinámicos propulsores vocacionales.
El 25 de Octubre de 1883 fue una fecha trascendente para la historia de la Iglesia argentina por dos acontecimientos: La llegada de los primeros Padres Redentoristas al país y la inauguración de la Capilla de Nuestra Señora de las Victorias (Paraguay y Libertad) que sería la cuna y el centro de muchas de las iniciativas de don Antonio. Los padres tuvieron que enfrentar enseguida dos dificultades: El nuevo idioma y las nuevas costumbres. El encargado de acogerlos y orientarlos fue don Antonio, joven de veintidós años. El arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Aneiros, lo presentó a los misioneros diciéndoles.
“Este muchacho los va a ayudar” y luego, se dirigió al joven: “Cuídemelos, porque estos religiosos son lo mejor que hay”.
El cronista de los misioneros redentoristas, años después expresa: “El infatigable Apóstol don Antonio, ha formado la Asociación de Jóvenes Cristianos con jóvenes trabajadores que corren por las calles y plazas, les enseña la doctrina cristiana y los prepara para la primera Comunión. Cuando llegan a los veinte años, son recibidos en la Conferencia de San Vicente, otra creación de Solari. Es el Obispo laico de Buenos Aires. Aunque joven, de todos es conocido, apreciado y amado, tanto de los ricos como de los pobres. En nuestra Iglesia es el alma vivificadota de la sección de hombre de la Archicofradía del Perpetuo Socorro. Además es el brazo derecho del Padre Grote en la fundación de los Círculos Católicos de Obreros. Tiene un celo digno de compararse con el de San Pablo”
Don Antonio Solari es conocido y admirado, sobre todo, como “Vicentino” o sea, por ser fundador de innumerables conferencias de San Vicente en todo el país, por su labor humilde, generosa y constante al servicio de los pobres y por su admirable espiritualidad vicentina, que se compendian en la Fe y en la Caridad. A través de las conferencias encontró su camino. Su vocación sería el apostolado seglar. Si el amor es la perfección y la santidad es amor a Dios y al prójimo, las Conferencias eran un medio fácil, seguro y rectilíneo para la realización de sus ideales humanos y cristianos. “Por su excepcional y diuturna labor de servicio, fue llamado “Padre de los pobres”. El mismo Cardenal Copello celebra la magnanimidad de su acción caritativa: “Don Antonio estaba rodeado de largas caravanas de pobres. Iban a golpear su corazón, para abrir su bolsillo inextinguible a fin de remediar sus necesidades materiales.”
Antonio Solari, como cualquier hijo de vecino, fue engañado más de una vez y sus amigos lo advertían; pero él siempre tenía preparadas sus respuestas: “Mejor es pasar por tontos, que cometer alguna injusticia, no dando al pobre” o también: “Al pobre lo juzga Dios”.
El padre Federico Grote fue un gigante en la fundación y organización de círculos, escuelas, socorros mutuos, cursillos promocionales al servicio de los obreros, pero a su lado estaba siempre la labor humilde, silenciosa y perseverante de Don Antonio, a quien Grote llamaba “Su brazo derecho”. El primer local que ocupó el Círculo Central lo buscó y lo consiguió don Antonio en la esquina de Callao y Juncal.
Desde el año 1890 hasta su muerte, don Antonio pasaba gran parte del día en la Curia Arquidiocesana, desempeñando las delicadas y complicadas tareas de recolector de rentas. El Cardenal Copello, trazó estupendas semblanzas de don Antonio y sus testimonios tan elevados y preciosos servirán de un fuerte impulso para la beatificación del Siervo de Dios.
En el año 1934 se celebró en Buenos Aires el 32º Congreso Eucarístico Internacional. Don Antonio asumió el cargo de pro-tesorero. Presidió el Congreso el Cardenal Pacelli quien, aunque absorbido por las actividades reparó en don Antonio. Pocos años después el Cardenal es elegido Papa con el nombre de Pío XII y cuando en 1940 el Dr. Jorge A. Durad, de la Conferencia de San Vicente de las Victoria, recaló en Roma y pudo obtener una audiencia con el Papa, este al saber que venía de la Argentina, le preguntó: “¿Cómo está Don Antonio Solari, el santo de pantalón y saco? Dígale que siempre lo llevo en el corazón y que le envío mi bendición apostólica”.
El 12 de Julio de 1945, después de una noche dolorida, don Antonio se sintió tan débil que no se atrevió a salir del lecho a la hora de costumbre, pero debía resolver algunas diligencias en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto y salió, pero volvió en taxi. La disnea lo ahogaba y casi no podía mantenerse en pie. Se llamó a los médicos que diagnosticaron un infarto. El sábado 14 de Julio de 1945 a las 15 horas falleció. Era ya la víspera de la festividad del Santísimo Redentor, Patrono de la Congregación del Santísimo Redentor, de la que Don Antonio era oblato y era también sábado día consagrado a la Virgen. Así se aunaron los dos amores de la vida y del apostolado de don Antonio: El Santísimo Redentor y Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Elsa Lorences de Llaneza

Don Antonio Solari - Oración

Oración pidiendo la glorificación del Siervo de Dios
y dando gracias por su intercesión.

Te alabamos, Señor, y te damos gracias
por los dones con que adornaste a Antonio Solari.
Glorifica a tu servidor y concede que su testimonio
de piedad, caridad y apostolado, estimule a tu pueblo
a comprometerse en la vida misionera de tu Iglesia.
Concédenos la gracia y el favor que por su intercesión te pedimos.
Da paz a nuestras familias, asiste a los desamparados, fortalécenos en tu amor.
Gracias, Señor, por Antonio, Apóstol del Barrio Norte,
del tugurio y conventillo humilde,
simple en su porte, siempre cordial y sencillo.
Gracias por su testimonio de Santo
sin aureola, sin visiones ni prodigios.
Sólo un amor que se inmola y se fragua en el servicio.
Santo de traje y corbata, llegas por él a Zaqueos,
conviertes a Magdalenas, almuerzas con fariseos
y con publicanos cenas en las riberas del Plata.
Gracias por él, por su vida.
Sobre nuestro andar incierto,
mantén su mano tendida y su corazón despierto.
Amén.

María Benita Arias

Fundadora de las Siervas de Jesús Sacramentado


María Benita Arias, nació en la Carlota el 3 de Abril de 1822, hija natural de Rafaela Arias. Fue bautizada el 30 de Mayo del mismo año, en la capilla dedicada a Nuestra Señora de las Mercedes. Después del nacimiento, la niña, fue confiada a los esposos Manuel Mena y Florencia Videla: él era pardo y ella india. Podríamos decir que la criatura sufrió un doble desamparo, quedando prácticamente huérfana, no obstante, halló en los morenos excelentes padres adoptivos.
Años después, María Benita, al conocer de cerca las miserias y los abandonos que sufrían muchas criaturas, se sintió embargada por la compasión y volcó hacia ellos sus desvelos para asistirlas, promoverlas, salvarlas... Y, para esto, no se avergonzaba de pedir limosnas y de remolcar por las calles un carrito, con el que iba a los mercados a solicitar la colaboración de los puesteros. Sirviendo a los pobres, expresaba su gratitud a Dios y, amparando a los necesitados, devolvía con creces a la sociedad los beneficios recibidos. Por eso: ”Su historia no debería escribirse, sino cantarse, porque toda ella es un poema de humanidad” (Galileano.
María Benita llevaba una vida tranquila en La Carlota (Córdoba), mimada por los padres adoptivos. Ayudaba en las tareas de la casa, acompañaba a la madre que ofrecía sus servicios a las familias vecinas y admiraba al padre que sabía ingeniárselas en todos los oficios y, además, los alegraba con los rasgueos de la guitarra. Lamentablemente, a los 7 años, esa vida diáfana fue trastornada por la irrupción de los parientes de Benita que iban en su búsqueda. Los tres se abrazaron llorando. Solo una cosa sabían: - Que no querían separarse.- Entonces tomaron la decisión extrema de darse sigilosamente a la fuga, sin dejar rastros de su paradero. Aprovechando la confusión reinante Mena y su familia, prepararon sus bártulos y su carruaje, e incorporándose a una tropa de carretas que desde Córdoba descendía a Buenos Aires, llegaron hasta el actual Salto (Buenos Aires).
En las familias de Salto, a las que Florencia ofrecía sus servicios, destacaba la de Eustaquio Sierra, quien era un antiguo hacendado y una persona muy respetada. María Benita acompañaba a su madre. Muy pronto los Sierra se dieron cuenta que Benita era una niña privilegiada por su sensibilidad, inteligencia y bondad y se prendaron de esa criatura. Más aún, don Eustaquio se ofreció a enseñarle a leer, escribir y hacer cuentas. Así ella aprovechó esas enseñanzas para estudiar el catecismo y prepararse para la Primera Comunión.
La familia Sierra acudía periódicamente a Buenos Aires, tanto por motivos comerciales como religiosos. Muchas personas del interior del país solían venir a la Capital, para hacer sus retiros anuales en la Santa Casa de Ejercicios. Los Sierra, al conversar con Benita, excitaron en ella el deseo de asistir a una de esas tandas. La Santa Casa de Ejercicios fue fundada por María Antonia de Paz y Figueroa. En la primavera de 1839, Benita arribó a Buenos Aires y se asoció al grupo de colaboradoras en la obra de los Ejercicios Espirituales, llamadas beatas o laicas consagradas. En esa Santa Casa Benita hizo sus Ejercicios Espirituales.
María Benita se sintió cautivada por la vida piadosa y caritativa de las beatas y poco tiempo después, ingresó ella también en la Santa Casa, con el deseo de consagrarse a Dios. Por su inteligencia, laboriosidad y don de gentes, ocupó sucesivamente los cargos de: maestra, encargada de las jóvenes asiladas, sacristana, directora de las ejercitantes, ecónomo, maestra de novicias y secretaria de la rectora. Durante los treinta años que moró en esa casa, se distinguió por su gran sentido eclesial, extraordinaria devoción eucarística, espíritu apostólico y caritativo, por su vida pobre, obediente y abnegada.
Siguiendo el impulso del Espíritu, Benita intentó modificar a la comunidad de las beatas en una verdadera Congregación de Hermanas con los votos religiosos. Al resistirse la mayoría de las compañeras, ella dirigió sus pasos hacia la Fundación de un Instituto para mayor Gloria de Dios, salvación de las almas y esplendor de la Iglesia, mediante la Adoración Eucarística, los Ejercicios de San Ignacio y la asistencia a las niñas pobres y desamparadas. Luego de presentar a varios Arzobispos su proyecto sin tener contestación favorable, con toda audacia viaja a Roma para someter al Santo Padre Pío IX sus aspiraciones, quien la iluminó con sus consejos y la alentó a seguir y como primer trámite, le indicó la redacción del Reglamento para la futura Congregación. Para cumplir mejor el encargo del Papa y sentirse inspirada por el místico ambiente, María Benita se dirigió a Tierra Santa y, a su regreso, presentó el trabajo al Santo Padre, quien lo aceptó, la alentó y la bendijo.
Benita regresó a Buenos Aires y presentó a la Curia Metropolitana el rescripto favorable del Papa. Finalmente, después de profundas penas y decepciones, consiguió la aprobación del Arzobispo, Monseñor Federico Aneiros, el 9 de Noviembre de 1872, con esta autorización, comenzó a congregar a sus primeras compañeras con las que formó las “Siervas de Jesús Sacramentado”.
La fundación tuvo su iniciación y su centro de actividades en la Capilla del Carmen (Rodríguez Peña y Paraguay). En el año 1873 ya funcionaba lo que sería la Casa Madre, que disponía de una escuela gratuita para niñas del barrio, un taller de costura, cuya producción aumentaba los magros ingresos, y el Orfanato del Carmen. El 21 de Noviembre de 1876, festividad de la presentación de la Virgen al Templo, la sierva emitió sus primeros votos con otras tres compañeras de la misma capilla del Carmen, quedando así fundado el Instituto.
En Marzo de 1874, se iniciaron las clases en los salones construidos en Yatay esquina Corrientes y en Agosto la Madre María Benita, compró el resto de la manzana con una donación de la Señora Estanislada Fernández de Martín. En ese mismo solar el 11 de Junio de 1893, se colocó la piedra fundamental de la espléndida Iglesia en honor de Jesús Sacramentado, gracias a la ayuda económica de los esposos Santos Unzué y Carlota Díaz de Vivar.
Desde ese momento, debido a las numerosas vocaciones, la Madre Benita pudo abrir otras casas en varias partes del país, sobre todo, en los lugares donde las dificultades y las carencias eran mayores. Entre esas obras destacamos la Casa del Carmen y la Casa de Jesús. El corazón comprensivo de la Madre se desplegó en la asistencia a los enfermos en los hospitales. La Congregación aceptó la atención de cuatro importantes Hospitales: El Hospital Fernández o Sifilocomio, por haber estado destinado a las víctimas de la prostitución; el Hospital Muñiz, para las enfermedades contagiosas; el Hospital de Vieytes, para hombres dementes y el Hospital Tornú para tuberculosos.
El Dr. José Penna, responsable de la Salud Pública, les dirige un elogio extraordinario, bien merecedor de ser conocido e imitado: “La Hermana de la caridad, beatifica y suaviza el ambiente sombrío y triste del hospital, comunica e infunde valor y resignación al desvalido que el dolor abate o la muerte espera. Y en todos los casos expande en ese medio, huérfano de sentimientos, el cariño y el amor del hogar distante...”
La Madre Benita falleció en Buenos Aires el 25 de Setiembre de 1894 a los setenta y dos años de edad. Su proceso de Beatificación está avanzando hacia la futura glorificación.

Elsa Lorences de Llaneza

Monseñor José Canovai


José Canovai nació en Roma (Italia) el 27 de Diciembre de 1904, hijo único de Luis Canovai y de Egeria Pezzolli. Obtuvo cuatro diplomas en Filosofía, Jurisprudencia, Teología y Derecho Canónico, los cuales honraban sus capacidades y esfuerzos. Ingresó también en la Capránica, un colegio dedicado especialmente a orientaciones y finalidades diplomáticas.
En el año 1924, murió su padre y José debió emplearse para sostener a la madre enferma.
El 3 de Mayo de 1931, mes de María para el Hemisferio Boreal, fue ordenado sacerdote.
Después de los primeros ministerios sacerdotales, el Padre José se dedicó al apostolado intelectual, para el cual estaba particularmente dotado. Más tarde, fue llamado a colaborar en la Congregación de los Seminarios y de las Universidades de los Estudios.
En el año 1936 encontró en la Obra “Familia Crhisti” un ideal luminoso que le permitía darse todo al Señor en los votos religiosos, pero permaneciendo Sacerdote diocesano. Tanto fue atrapado por ese ideal, que le consagró toda la vida y el apostolado. A ese mismo ideal se debe la rapidísima ascensión espiritual a las más altas cumbres de la mística, aún conservando su carácter gozoso y fascinante.
Inesperadamente, en mayo de 1939, le llegó la solicitud de ir a Buenos Aires como auditor de la Nunciatura. Además de los trabajos rutinarios, pronto se abrió también a su querido apostolado intelectual. A través de conferencias, Ejercicios Espirituales, lecciones... dio particular impulso a los Cursos de Cultura Católica, máximo centro de espiritualidad. Sin embargo ya, en este período, se sintió atormentado por serios dolores físicos, a los que añadía sus prácticas penitenciales.
En Enero de 1942, fue enviado como encargado interino de negocios a Santiago de Chile, donde, con su celo y competencia en el apostolado, supo conquistar muchas almas para Cristo. Él escribía en su diario: “Señor, no te pido que la tierra, adonde me envió tu Providencia, me germine rosas. Solo te pido que me dones las espinas de tu Pasión. -, y que debajo de las espinas germine una espiga para mí invisible”.
Los biógrafos dicen que, por medio de sus oraciones, sus penitencias y su palabra, retiró la ley de divorcio que se discutía en el Parlamento. Fue justamente en Chile, donde trazó su admirable “Oración escrita con la sangre”.
Sus amigos chilenos lo recuerdan como “Sabio y profundo conocedor de la Sagrada Escritura, psicólogo penetrante y guía de almas, apóstol de Cristo, y ¿Por qué no? santo que impregnó nuestra tierra chilena con el perfume exquisito de sus excelsas virtudes”.
En Julio de 1942, retornó a Buenos Aires y reanudó todas sus actividades. Pero ya presentía muy cerca su fin por sus crecientes dolores. Pese a todo, intensificó su generosa donación apostólica, en un espléndido crecimiento a Dios y a las almas. Estaba gravemente atormentado por una irreversible peritonitis, que escondía con increíble paciencia.
Dio a todo testimonio de una ejemplar preparación al gran encuentro con el Señor y maestro. Asistido por el Nuncio y sus amigos y ofreciendo su vida por la Iglesia, por el Papa y por la Obra, entregó su espíritu al Señor el 11 de Noviembre de 1942.
Murió cantando, como murieron cantando San Francisco de Asís y San Antonio.
En su lecho de muerte declaraba: “No creía que fuera tan hermoso morir y morir joven”
Sus últimas palabras fueron: “Todo por ti, Señor”. Su cuerpo descansa en la Iglesia de los Jesuitas “Regina Martyrum”.
Escribe el Padre Doglia, S.J., su confesor: “ La vida que vivió entre nosotros Monseñor Canovai, fue la de un santo, y de un santo fue su muerte. Apenas advirtió los síntomas del mal, aseguró que era a muerte. Desde aquel momento, la esperó con gran serenidad y paz. Los dolores, que fueron muchos y muy recios, no vencieron su voluntad de padecerlos para ofrecerlos todos a Dios”.
La causa de su Canonización se abrió oficialmente el 21 de Octubre de 1992.

Elsa Lorences de Llaneza