Fundadora de las Siervas de Jesús Sacramentado
María Benita Arias, nació en la Carlota el 3 de Abril de 1822, hija natural de Rafaela Arias. Fue bautizada el 30 de Mayo del mismo año, en la capilla dedicada a Nuestra Señora de las Mercedes. Después del nacimiento, la niña, fue confiada a los esposos Manuel Mena y Florencia Videla: él era pardo y ella india. Podríamos decir que la criatura sufrió un doble desamparo, quedando prácticamente huérfana, no obstante, halló en los morenos excelentes padres adoptivos.
Años después, María Benita, al conocer de cerca las miserias y los abandonos que sufrían muchas criaturas, se sintió embargada por la compasión y volcó hacia ellos sus desvelos para asistirlas, promoverlas, salvarlas... Y, para esto, no se avergonzaba de pedir limosnas y de remolcar por las calles un carrito, con el que iba a los mercados a solicitar la colaboración de los puesteros. Sirviendo a los pobres, expresaba su gratitud a Dios y, amparando a los necesitados, devolvía con creces a la sociedad los beneficios recibidos. Por eso: ”Su historia no debería escribirse, sino cantarse, porque toda ella es un poema de humanidad” (Galileano.
María Benita llevaba una vida tranquila en La Carlota (Córdoba), mimada por los padres adoptivos. Ayudaba en las tareas de la casa, acompañaba a la madre que ofrecía sus servicios a las familias vecinas y admiraba al padre que sabía ingeniárselas en todos los oficios y, además, los alegraba con los rasgueos de la guitarra. Lamentablemente, a los 7 años, esa vida diáfana fue trastornada por la irrupción de los parientes de Benita que iban en su búsqueda. Los tres se abrazaron llorando. Solo una cosa sabían: - Que no querían separarse.- Entonces tomaron la decisión extrema de darse sigilosamente a la fuga, sin dejar rastros de su paradero. Aprovechando la confusión reinante Mena y su familia, prepararon sus bártulos y su carruaje, e incorporándose a una tropa de carretas que desde Córdoba descendía a Buenos Aires, llegaron hasta el actual Salto (Buenos Aires).
En las familias de Salto, a las que Florencia ofrecía sus servicios, destacaba la de Eustaquio Sierra, quien era un antiguo hacendado y una persona muy respetada. María Benita acompañaba a su madre. Muy pronto los Sierra se dieron cuenta que Benita era una niña privilegiada por su sensibilidad, inteligencia y bondad y se prendaron de esa criatura. Más aún, don Eustaquio se ofreció a enseñarle a leer, escribir y hacer cuentas. Así ella aprovechó esas enseñanzas para estudiar el catecismo y prepararse para la Primera Comunión.
La familia Sierra acudía periódicamente a Buenos Aires, tanto por motivos comerciales como religiosos. Muchas personas del interior del país solían venir a la Capital, para hacer sus retiros anuales en la Santa Casa de Ejercicios. Los Sierra, al conversar con Benita, excitaron en ella el deseo de asistir a una de esas tandas. La Santa Casa de Ejercicios fue fundada por María Antonia de Paz y Figueroa. En la primavera de 1839, Benita arribó a Buenos Aires y se asoció al grupo de colaboradoras en la obra de los Ejercicios Espirituales, llamadas beatas o laicas consagradas. En esa Santa Casa Benita hizo sus Ejercicios Espirituales.
María Benita se sintió cautivada por la vida piadosa y caritativa de las beatas y poco tiempo después, ingresó ella también en la Santa Casa, con el deseo de consagrarse a Dios. Por su inteligencia, laboriosidad y don de gentes, ocupó sucesivamente los cargos de: maestra, encargada de las jóvenes asiladas, sacristana, directora de las ejercitantes, ecónomo, maestra de novicias y secretaria de la rectora. Durante los treinta años que moró en esa casa, se distinguió por su gran sentido eclesial, extraordinaria devoción eucarística, espíritu apostólico y caritativo, por su vida pobre, obediente y abnegada.
Siguiendo el impulso del Espíritu, Benita intentó modificar a la comunidad de las beatas en una verdadera Congregación de Hermanas con los votos religiosos. Al resistirse la mayoría de las compañeras, ella dirigió sus pasos hacia la Fundación de un Instituto para mayor Gloria de Dios, salvación de las almas y esplendor de la Iglesia, mediante la Adoración Eucarística, los Ejercicios de San Ignacio y la asistencia a las niñas pobres y desamparadas. Luego de presentar a varios Arzobispos su proyecto sin tener contestación favorable, con toda audacia viaja a Roma para someter al Santo Padre Pío IX sus aspiraciones, quien la iluminó con sus consejos y la alentó a seguir y como primer trámite, le indicó la redacción del Reglamento para la futura Congregación. Para cumplir mejor el encargo del Papa y sentirse inspirada por el místico ambiente, María Benita se dirigió a Tierra Santa y, a su regreso, presentó el trabajo al Santo Padre, quien lo aceptó, la alentó y la bendijo.
Benita regresó a Buenos Aires y presentó a la Curia Metropolitana el rescripto favorable del Papa. Finalmente, después de profundas penas y decepciones, consiguió la aprobación del Arzobispo, Monseñor Federico Aneiros, el 9 de Noviembre de 1872, con esta autorización, comenzó a congregar a sus primeras compañeras con las que formó las “Siervas de Jesús Sacramentado”.
La fundación tuvo su iniciación y su centro de actividades en la Capilla del Carmen (Rodríguez Peña y Paraguay). En el año 1873 ya funcionaba lo que sería la Casa Madre, que disponía de una escuela gratuita para niñas del barrio, un taller de costura, cuya producción aumentaba los magros ingresos, y el Orfanato del Carmen. El 21 de Noviembre de 1876, festividad de la presentación de la Virgen al Templo, la sierva emitió sus primeros votos con otras tres compañeras de la misma capilla del Carmen, quedando así fundado el Instituto.
En Marzo de 1874, se iniciaron las clases en los salones construidos en Yatay esquina Corrientes y en Agosto la Madre María Benita, compró el resto de la manzana con una donación de la Señora Estanislada Fernández de Martín. En ese mismo solar el 11 de Junio de 1893, se colocó la piedra fundamental de la espléndida Iglesia en honor de Jesús Sacramentado, gracias a la ayuda económica de los esposos Santos Unzué y Carlota Díaz de Vivar.
Desde ese momento, debido a las numerosas vocaciones, la Madre Benita pudo abrir otras casas en varias partes del país, sobre todo, en los lugares donde las dificultades y las carencias eran mayores. Entre esas obras destacamos la Casa del Carmen y la Casa de Jesús. El corazón comprensivo de la Madre se desplegó en la asistencia a los enfermos en los hospitales. La Congregación aceptó la atención de cuatro importantes Hospitales: El Hospital Fernández o Sifilocomio, por haber estado destinado a las víctimas de la prostitución; el Hospital Muñiz, para las enfermedades contagiosas; el Hospital de Vieytes, para hombres dementes y el Hospital Tornú para tuberculosos.
El Dr. José Penna, responsable de la Salud Pública, les dirige un elogio extraordinario, bien merecedor de ser conocido e imitado: “La Hermana de la caridad, beatifica y suaviza el ambiente sombrío y triste del hospital, comunica e infunde valor y resignación al desvalido que el dolor abate o la muerte espera. Y en todos los casos expande en ese medio, huérfano de sentimientos, el cariño y el amor del hogar distante...”
La Madre Benita falleció en Buenos Aires el 25 de Setiembre de 1894 a los setenta y dos años de edad. Su proceso de Beatificación está avanzando hacia la futura glorificación.
Elsa Lorences de Llaneza