viernes, 29 de julio de 2011

MADRE CAMILA ROLÓN - Fundadora de las Hermanas Pobres Bonaerenses de San José

Camila Rolón nació en San Isidro, el 18 de Julio de 1842. Hija de Eusebio Rolón y María Gutiérrez. Desde muy joven, Camila, sintió la llamada de la vida religiosa, mas aún, podríamos decir que esa llamada era la vertiente natural de su vida piadosa y recoleta. En un primer momento, se dirigió al monasterio de las Hermanas Capuchinas pero, cuando ya estaba preparada para entrar, una calumnia sobre la limpieza de la sangre, lo estropeó todo.

En el año 1873, sintiendo renacer su vocación religiosa entró en las Carmelitas, pero a las pocas semanas de su ingreso, fue atacada por una enfermedad: un tumor intestinal, que la obligó a salir y a curarse.
Para recuperar su salud, pasó una temporada en el pueblo de Exaltación de la Cruz, a 100 km. hacia el norte de Buenos Aires. Aquí tomó contacto con serios problemas sociales y religiosos, entre ellos: la ignorancia religiosa, la marginación social, las miserias de numerosas familias y muchas criaturas huérfanas o abandonadas. Para dar respuesta a tantas angustias y necesidades, le vino la inspiración de fundar un Instituto que acogiera, asistiera y educara a esas criaturas del mundo rural. Para toda Fundación se requieren disponibilidad de fondos y suficiente dosis de sanidad. La Madre Camila no contaba más que con su pobreza y la fragilidad de su salud, pero tenía mucha fe en Dios y confianza en la Divina Providencia, porque como ella decía: “Para el que cree no hay nada imposible”.

El 28 de Enero de 1880, contando con la aprobación de sus superiores, la Madre Camila sale de la casa de sus padres, acompañada de dos señoras, que decían se harían hermanas, dos muchachas y once niñas, con las cuales componían el número de dieciséis. No llevando más dinero que $500 moneda corriente y sin otro caudal que la Divina Providencia, llegaron a la ciudad de Mercedes (Buenos Aires), donde se había dispuesto que comenzarían.
Al mes, el número de asiladas se elevaba a treinta. Como no tenían recursos, vivían de limosnas que recogían de puerta en puerta. Muy pronto, las religiosas que habían crecido en número y experiencia, se plantearon la posibilidad de nuevas expansiones. La primera fue otro asilo en la ciudad de Rojas, pero la Providencia las contactó con el Señor Gallardo, que era administrador de una abultada herencia para una obra buena; y esa obra buena se transformó en pocos meses, en un flamante asilo-colegio, para cientos de niños. De todas partes, tanto de la Argentina, como del Uruguay, comenzaron a llegar peticiones de nuevas fundaciones y la Madre Camila hacía todo lo posible para corresponder a tantos clamores y necesidades.

Así mismo la Madre Camila, soñaba con fundar una casa en Roma e hizo 5 viajes a esta ciudad. Este esfuerzo se vio coronado cuando el 12 de Junio de 1891, el Santo Padre, firma el decreto de alabanza y el 3 de Mayo de 1898, aprueba el Instituto. En el año 1905 se funda la primera casa en Roma y el 15 de Diciembre de 1908, se aprueban definitivamente las Constituciones.
A través de su amistad con el cardenal Rampolla, secretario de estado del Papa León XIII, consigue de él una audiencia que la llena de júbilo y de aliento para seguir avanzando. Muerto este Papa, gozó de especiales audiencias con el Papa Santo Pío X.

Otro proyecto sencillo y audaz de la Madre, era trasladar la casa generalicia de la Argentina a Roma, para cobijarse a la sombra de la basílica de San Pedro y bajo las alas del Papa. Luego de muchísimas dificultades, logra llevar su sueño a la realidad. Fue una de sus más grandes alegrías, pero también el comienzo de su calvario. Treinta y cinco fueron las fundaciones llevadas a cabo por la Madre Camila, pero esta última fue la que más sacrificios y dolores de cabeza le traería. Fueron pruebas que ella aceptó como expresión de la voluntad del Señor, practicando una heroica fortaleza que mantuvo toda su vida.
Y en este espíritu y luego de una larga enfermedad santamente sobrellevada, se preparó a la muerte, que llegó en la madrugada del 16 de Febrero de 1913.

Sus últimas palabras fueron: “Mando a todas mis hijas una bendición grande y las tengo a todas en mi corazón”. Su último gesto fue tomar en sus manos el escapulario y el crucifijo, después levantó en alto el Santo Cristo, su compañero inseparable, fijó en él su mirada y así lo tuvo hasta que, a medida que perdía sus fuerzas, éste iba inclinándose sobre su pecho hasta que exhaló el último suspiro. Cuantos la conocieron tuvieron la certeza que había muerto una santa.


Elsa Lorences de Llaneza

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