“Cuiden especialmente a los enfermos, a los niños, a los ancianos y a los pobres: y se ganarán la bendición de Dios y la benevolencia de los hombres”. Esto les decía a los salesianos, en el año 1875, San Juan Bosco cuando los envió a la Argentina. Artémides Zatti, se ganó sin duda esa bendición de Dios y la benevolencia de los hombres. Zatti nació en Boretto (Reggio Emilia, Italia), el 12 de Octubre de 1880, hijo de Luis Zatti y Albina Vecchi. En febrero de 1897, toda la familia emigró a la Argentina, en busca de mejores horizontes y se estableció en Bahía Blanca.
Deseando ser sacerdote, fue aspirante salesiano en Bernal (Buenos Aires), pero al contraer la enfermedad – entonces incurable – de la tuberculosis, fue derivado hacia Viedma (Río Negro). Al ponerse al cuidado del Padre Doctor, Evasio Garrone, lo orientó a pedir a la Virgen la curación prometiéndole que, si se curaba, dedicaría su vida al cuidado de los enfermos. Recuperada su salud, se hizo coadjutor salesiano, es decir, Hermano Laico Consagrado y, fiel a la promesa, permaneció más de cuarenta años en Viedma en el Hospital San José, como responsable y factótum. El hospital fue su permanente domicilio. Allí practicó las virtudes cristianas, sobre todo, una confianza ilimitada en la divina Providencia y un inmenso amor a Dios y al prójimo más humilde y necesitado.
Con una formidable labor caritativa y apostólica, se granjeó el entrañable cariño y la devota admiración de la gente y el reconocimiento oficial de la iglesia que lo proclamó beato ¡Y ojalá pronto lo veneremos como santo! El Hospital San José de Viedma, fue inaugurado en el año 1889 por Monseñor Juan Cagliero. También se abrió una farmacia y, tanto de ella como del hospital, el jefe, fue el Padre Doctor Evasio Garrone, que tenía gran práctica como enfermero en el ejército Italiano, y como ayudante se escogió al Hermano Artémides. Al morir el Padre Doctor, en el año 1911, toda la responsabilidad y la administración del Hospital cayeron sobre las espaldas de Artémides. Por eso el pobre Zatti, debió volver a las aulas para algún curso de enfermería y de farmacia. Así, la Secretaría de Salud Pública de la Nación le extendió la matrícula profesional de Enfermero Nº 07253 y la Universidad de la Plata le otorgó el título de Idóneo en Farmacia.
Ceferino Namuncurá y Artémides Zatti, llegaron casi juntos a Viedma en el año 1902. Ambos venían de Buenos Aires. Ambos sufrían de la misma incurable enfermedad: la tuberculosis. El uno se recuperó, el otro voló al cielo. Pero los dos, a través de distintos proyectos de vida, confraternizaron en el heroísmo y en la santidad. Años después, al iniciarse el proceso de beatificación de Ceferino, Zatti se presentó como testigo de la vida y virtudes del indiecito, el hijo de los Toldos.
En el año 1913, se colocó la piedra fundamental para la construcción de un nuevo y verdadero hospital. Entre tanto, Artémides había aprendido a multiplicarse por cuatro: Dirigía, pagaba al personal, estipulaba contratos, compraba carne, leche y verduras para los enfermos, vigilaba la cocina y, si nadie se encargaba de la limpieza o se mostraba distraído, él empuñaba la escoba y limpiaba lo que otros descuidaban.
El trabajo más abrumador – el que lo angustiaría hasta el día de la muerte – era el de juntar los pesos y los centavos para afrontar los gastos, cada día más elevados. Uno de los médicos que trabajó muchos años junto a Zatti declaró. “Don Zatti, no solo era un habilísimo enfermero para practicar curaciones, sino que, además, el mismo era una medicina, porque curaba con su presencia, con su voz, con sus ocurrencias y con su canto”.
El 19 de Julio de 1950, Zatti, con sus setenta años a cuestas, se trepó a una escalera, resbaló y sufrió una terrible caída que le despertó un adormecido cáncer de páncreas Esos últimos ocho meses de vida, los transitó con inmensos dolores físicos y psíquicos y, a la vez, con una elocuente total y gozosa entrega a la voluntad de Dios. El día 15 de Marzo de 1951, ofrendó su vida al Señor. La ciudad se vistió de luto, porque había fallecido “El buen samaritano de Viedma”; “El pariente de todos los pobres”; “El enfermero Santo de la Patagonia”.
El 14 de Abril de 2002, el Papa Juan Pablo II, puso el sello de la glorificación eclesial, proclamándolo Beato.
Elsa Lorences de Llaneza
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