Obispo de Córdoba
El 11 de Mayo de 1826 a las once de la noche nació en Piedra Blanca a 15 km. de Catamarca Fray Mamerto Esquiú. El recién nacido sufría de delicados problemas de salud, por eso el padre, Santiago Esquiú, inmediatamente lo bautizó y, como ese día se celebraba la fiesta de la Ascensión, le impuso el nombre de Mamerto de la Ascensión.
A los cinco años, su piadosa madre, María de las Nieves Medina, le vistió un hábito de San Francisco. A los seis sabía leer y escribir. A los nueve, entro a estudiar latinidad, siempre con su hábito. A los diez perdió a su madre. En ese mismo tiempo lo recibieron de limosna en un convento. A los diecisiete concluyó teología. A los veinte perdió a su padre. A los veintidós se ordenó sacerdote. A los veinticinco predicó el primer sermón; era entonces profesor de filosofía en un colegio.
En la Argentina, tanto la gente sencilla como los críticos literarios, sin distinción de credos religiosos o de ideologías políticas, ponderan a Esquiú como el mejor orador sagrado. En todos los textos de la historia de la literatura argentina se lo estudia elogiándolo. Entre los sermones más importantes, se destaca el sermón pronunciado el 9 de Julio de 1853 en Catamarca sobre la Constitución Argentina. Meses después, se lo volvió a oír en la misma iglesia matriz de Catamarca, al instalarse las autoridades constitucionales.
Desde ese momento, se amontonaron los laureles sobre la cabeza de fray Mamerto. El gobierno Federal de la Nación ordenó la publicación de los dos sermones y una biografía del orador. Así llovieron sobre él nombramientos y cargos de alto nivel y hasta se le ofreció una subvención para que fuera a estudiar a París. También se lo incluyó en las ternas de varios obispados vacantes. En lugar de regocijarse por tantas distinciones, el alma de Esquiú se sentía agobiada por la amargura y el desencanto. El amaba la soledad, el silencio, el retiro, la vida humilde y recoleta.
Poco a poco, comenzó a renacer y reflotar en él un antiguo anhelo, el de una vida franciscana más regular y austera, como se estaba viviendo en el convento de Tarija (Bolivia). El 9 de febrero de 1862, con los debidos permisos, se puso en camino a caballo.
A mediados del año 1870, a la muerte de monseñor Escalada, arzobispo de Buenos Aires, el Senado de la Nación propuso a Esquiú como sucesor; pero éste, después de dos meses de oración y reflexión, envió su célebre renuncia, motivándola en su indignidad e incapacidad, e “inspirada – según dice él- en su amor a la Patria a Dios y a su Iglesia”.
Con el fin de que nadie más pudiera buscarlo, se alejó de la Argentina dirigiéndose a Tierra Santa, donde permaneció un año y medio. En los primeros meses del año 1878, el Superior General, le ordenó regresar al país. De paso por Roma, tuvo el privilegio de ser recibido en audiencia por el papa León XIII.
Apenas llegó a Catamarca, recibió un telegrama comunicándole que había sido designado Obispo de Córdoba. El mismo Presidente de la Nación, doctor Nicolás Avellaneda, se dirigió al Sumo Pontífice solicitando la investidura canónica del candidato. El domingo 16 de Enero de 1880 el nuevo obispo tomó posesión de su cargo.
El primer año de sus actividades pastorales estuvo casi siempre en la Ciudad de Córdoba, organizando la curia y las parroquias; restableció los estudios teológicos de la Universidad Nacional; se preocupó del Seminario Diocesano; fundó cofradías y una larga serie de obras culturales, sociales, caritativas, religiosas…; predicó innumerables Ejercicios Espirituales y Misiones Populares.
Un sacerdote muy amigo del Obispo escribe: “Siempre y a toda hora el ilustrísimo Esquiú estaba rodeado de pobres. No tenía tiempo para recibimientos o ratos recreativos con amigos. En dos años, hemos podido hablar con él unas pocas veces y por pocos minutos y, muy a menudo, de pie y a toda prisa. Sólo los pobres podían entretenerse con él y a gusto, y manifestarle todas sus necesidades espirituales y temporales”.
Después de las fiestas navideñas de 1882, inició una gira pastoral por La Rioja y Catamarca. El gerente del ferrocarril le ofreció un coche especial, pero el rehusó y sacó un boleto de segunda clase en el ferrocarril porque alegaba: “Yo no puedo gastar en lujo porque la plata que tengo no es mía, sino de los pobres”.
El 8 de Enero de 1883, después de celebrar misa en la celda de San Francisco, partió de la Rioja, pero ya estaba enfermo de gravedad. El miércoles diez de Enero a las dos y media de la tarde, la mensajería llegaba a la posta del Pozo del Zuncho (hoy estación Esquiú, provincia de Catamarca), donde esperaba al Obispo muchísima gente. Allí se quebró. Su Secretario con ayuda de otras personas lo colocan en un humilde catre de tientos de cuero, en un rancho del lugar. Su secretario, le administra los últimos sacramentos y a las tres de la tarde del 10 de Enero de 1883 entregó su alma pura al Señor: “Con una muerte tan dulce como la sonrisa de un ángel”.
Luego fue trasladado a Córdoba donde recibió exequias triunfales. Cuando se le hizo una autopsia para saber el motivo de su muerte, el cuerpo ofrecía todos los síntomas de la descomposición, pero el corazón estaba intacto, suscitando maravillas en todos los presentes.
Ahora ese corazón se guarda en una hermosa hornacina del templo de San Francisco de Catamarca. Miles y miles de devotos acuden anualmente a venerarlo, lo cual, muy pronto, como es el anhelo universal, llevará al Padre Mamerto a la gloria de los altares.
Elsa Lorences de Llaneza
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