miércoles, 10 de agosto de 2011

MADRE MARÍA SAN AGUSTÍN DE JESÚS

Fundadora de veintiocho Monasterios del Buen Pastor

La vida de la Madre María de San Agustín de Jesús, es tan hermosa, tan inteligentemente trabajada y tan amorosamente fundida en la voluntad de Dios, que puede llamarse “un poema heroico de amor”.

Josefa Fernández, quien al hacerse religiosa se llamó sor María de San Agustín, nació en la ciudad de Santiago de Chile, el 15 de Marzo de 1835, hija de Pedro Fernández y de Rosa Santiago Concha. La familia era de alto nivel social y económico, muy piadosa y caritativa. En ese cálido ambiente de amor a Dios y al prójimo, fue creciendo la niña.

Josefa no frecuentó colegio alguno, pero recibió una educación muy completa en su casa. Como estaba dotada de memoria sorprendente y era sumamente estudiosa, hizo rápidos progresos. Al llegar a la adolescencia, era dueña de una rara cultura y de una ilustración poco común. Hablaba diversos idiomas, había cursado con ventajas las ciencias generales, era hábil en la teneduría de libros, tenía hermosa caligrafía, y su estilo correcto y elegante, la hacía muy competente para la redacción de cartas y de toda clase de escritos. La niña era activa y servicial. Su temperamento se destacaba por una energía varonil y un corazón extremadamente tierno y delicado.

En el año 1855, llegaron de Francia las primeras religiosas del Buen Pastor de Angers. Gracias a la solicitud del Arzobispo de Santiago, Rafael Valentín Valdivieso, la Sociedad de Beneficencia de la ciudad tomó a su cargo los gastos, tanto de la instalación provisoria inicial como del futuro monasterio. Como tesorera, fue nombrada la señora Rosa de Fernández, la madre de Josefa. Tanto la madre como la hija, que parece asumió el cargo de secretaria, salían a la calle a pedir cooperaciones generosas o humildes limosnas, y estaban decididas a todo “por gloria o por
humillación”, con tal de que avanzaran las obras.

El contacto de Josefa con las hermanas, provocó en su espíritu una lucha fuerte y sorda, pues ella se resistía a entrar como postulante. Estaba en este combate cuando sintió la inspiración de hacer los Ejercicios Espirituales. Las palabras del predicador, los temas tratados y el poder de la gracia convencieron a Josefa que tomó una enérgica resolución: Le pidió a su hermano que avisara a sus padres que, apenas terminado el retiro, ella entraría en el monasterio.

Era el 5 de Abril de 1862, cuando la Congregación del Buen Pastor recibía a la joven. Un mes fue juzgado suficiente preparación por la Superiora y el 4 de mayo se fijó para la toma del hábito. El mismo arzobispo le dio a la postulante el santo hábito de la religión y un nombre nuevo. Desde ese día se llamó Sor María de San Agustín de Jesús. El 21 de Junio de 1862, Sor María Agustín hizo su profesión de los votos religiosos, y el 14 de Setiembre de 1864, la nombran vicaria del monasterio.

Desde ese día, por sesenta y tres años seguidos, la Madre San Agustín debió cargar el peso de la superioridad; pero esos sesenta y tres años fueron para el Instituto “Una grande y continua bendición”, por los gigantescos progresos en monasterios y personal, en obras de bien social y cultural al servicio de las niñas en peligro o de la mujer caída.

En esos sesenta y tres años el Buen Pastor creció de manera extraordinaria. Sus actividades abarcaron las cinco naciones del cono Sur: Chile, Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay, en las cuales plantó dieciocho monasterios.

La Madre San Agustín había llegado a los noventa y tres años. Innumerables fueron sus cruces, tribulaciones, sufrimientos personales, y mayores fueron las preocupaciones y los sacrificios por las muchas casas nuevas del Buen Pastor. En los últimos tiempos, su salud comenzó a deteriorarse, pero conservó hasta el final su lucidez mental.

El 12 de Enero de 1928, su estado de salud se agravó y el 13 de Enero a las diez y cuarto de la mañana, la venerable cabeza de la moribunda se venció hacia atrás y el alma de la Madre San Agustín, voló al seno de Dios con las manos cargadas de méritos y el corazón colmado de amor.

En una oportunidad, la imagen del Niñito Jesús, que, de vez en cuando le hablaba, le había dicho: “La muerte del justo es el principio de infinitos bienes”.

Elsa Lorences de Llaneza

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