sábado, 6 de agosto de 2011

Laura Vicuña

La flor de la Patagonia


Laura Vicuña nació en Santiago de Chile el 15 de Abril de 1891. Hija de José Domingo Vicuña y de Mercedes Pino. El padre era militar. Chile estaba viviendo una guerra civil, provocada por la Marina, para derrocar al presidente Balmaceda, el cual para evitar lo peor, propuso como candidato presidencial a Domingo Vicuña. Pero ya era tarde. Sus contrarios se posesionaron del poder y empezaron una persecución despiadada contra Balmaceda, Vicuña y sus partidarios. José Domingo Vicuña se refugia con su familia en Temuco, a 500 km. Al sur de Santiago donde, en el año 1893, nace la segunda hija, Julia Amanda. Pocos meses después muere, agotado y extenuado.

Su esposa, al verse sola y abandonada en un pueblo de aventureros, desterrados y perseguidos políticos, decidió cruzar los Andes con las hijas y establecerse en Neuquén (Argentina). Era el año 1899. En el nuevo ambiente, la señora Mercedes se encontró desamparada y sin recursos y con dos niñas a las que criar. La casualidad la puso en relación con un rico propietario de 40 años, Manuel Mora que era apuesto, pero pendenciero y sin escrúpulos. Al ver a Mercedes en el desamparo, le prometió su apoyo. Mercedes en seguida se ilusionó y soñó que con el tiempo podría atrapar al hombre y reconstruir su hogar y aceptó su protección y sus caricias. Mora llevó a ella y a sus hijas a su estancia. Pero unos días después, Laura, con su precoz capacidad de reflexión, comenzó a tener sospechas. ¿Cuál era el motivo de tanta familiaridad de Mora con su mamá? En su inocencia no hallaba una explicación, pero en su espíritu, crecía la sospecha de algo hosco e irregular. El 1º de Abril de 1900, se abre el año escolar en el colegio María Auxiliadora, que se inaugura en Junín de los Andes y cuya fundación, se debía al gran apóstol de Neuquén, el Padre Domingo Milanesio. A este colegio van Laura y su hermana. El catecismo preparaba a las niñas para la primera comunión. Sus grandes temas eran, junto con la vida de Jesús y de su Santa Madre, los diez mandamientos y los siete sacramentos. Cuando la hermana explicó el sacramento del matrimonio, Laura la escuchó de manera muy atenta. Los relatos dicen que sufrió un desmayo, porque había comenzado a comprender la situación irregular de su madre delante de Dios, de la Iglesia y de su comunidad. Ese conocimiento, que guardó como un secreto en su corazón, lejos de desalentar y enfriar su cariño y su respeto hacia la madre, los enardeció y los fomentó aún más.

El 2 de Junio de 1901, se fijó la Primer Comunión de Laura, y fue un cambio significativo para ella. Quería vivir siempre en gracia de Dios, consagrarse al amor de Jesús y ofrecer oraciones por su mamá. El 8 de Diciembre de 1901, en la capilla del Colegio, se realizó la imposición de la medalla y la consagración, que hicieron de Laura una hija de María.

Al llegar las vacaciones de verano, la madre llevó a sus hijas al campo. La muchacha había crecido y su rostro cautivaba las simpatías de los que la miraban. En la estancia, el patrón quedó asombrado por los encantos de la adolescente y su ser quedó envuelto en una turbia pasión. Procuró alejar a Mercedes con una excusa y se abalanzó sobre Laura para dominarla y abusarse, pero la niña se resistió con todas sus fuerzas y logró liberarse y escapar. El hombre se sintió humillado y furioso. Por ese entonces, se acercaba la fiesta anual de la estancia y el dueño quería abrir el baile con Laura, para presentarla en sociedad. La niña se negó. Cegado por la ira y la humillación, agarró a la chica por el brazo y, en medio de insultos, la echó a la noche, al frío y a la oscuridad. Enfurecido, buscó a la madre para increparle el despecho de la joven. Mercedes corrió a buscarla, pero Laura no cedió a bailar con Mora. Éste al verla regresar sin la pieza, enloqueció y aferró a la mujer por el brazo, la ató al palenque y la castigó con el látigo, tomando la determinación de no costear más los estudios de las niñas. Mercedes habló con las hermanas y se convino que Laura continuara gratuitamente en el colegio, mientras Amanda se quedaría en la estancia.

Mientras tanto en el espíritu de la niña, iba creciendo el deseo de vestir el hábito. Por ese entonces, había llegado a Junín de los Andes, Monseñor Juan Cagliero, el amigo de Don Bosco y Obispo de la Patagonia. Laura se dio maña para hablar con él y manifestarle sus deseos de ser religiosa. El Obispo le contestó que, por el momento, no tenía edad, pero la animó y confortó para que no renunciara a tal noble aspiración. Una tarde, después de la confesión, Laura le presentó al confesor, que era el padre Crestanello, una extraña petición: La de ofrecerse al Señor como víctima por la conversión de su mamá. El padre quedó sin palabras. Sólo prometió orar y reflexionar e invocar al Espíritu Santo, para que iluminara a los dos. Algún tiempo después la autorizó. La niña corrió al pie del altar y se ofreció en holocausto por la salvación de su mamá.

En agosto de 1903, Laura comenzó a manifestar una gran debilidad. Su salud estaba decayendo. Su mamá, que en la estancia no tenía medios para curar a su hija, se trasladó al pueblo, a un ranchito alquilado, que estaba muy cerca del Colegio María Auxiliadora, para cuidar mejor de su hija, dejando a la menor con las hermanas. Al entrar el año 1904, las fuerzas de Laura parecían haber llegado al extremo. Todo su cuerpo sufría por los dolores y la fiebre, pero la sonrisa no faltaba en sus labios. A mediados de Enero de ese año, Laura pidió confesarse. “Padre, sufro mucho, pero estoy contenta”. El 21 de Enero, la situación de la enferma se tornó más grave. Al día siguiente el Padre Genghini le llevó la Comunión y, después, llamó a la madre y las dejó solas. Laura le comunicó a la madre su secreto: “Mamá, acércate. Yo me muero, porque lo he pedido a Jesús. Hace dos años que le ofrecí mi vida por ti, para que vuelvas a Él. Yo me muero, pero espero que tú vuelvas a Dios y vivas como una buena cristiana”. Madre e hija lloraron intensamente, Mercedes le prometió que nunca más iría con ese hombre y que se reconciliaría con el Señor. Laura pidió un crucifijo, lo besó y dijo “¡Gracias, Jesús!”, ¡Gracias, María! Ahora muero contenta”, y serenamente expiró. Eran las seis de la tarde del 22 de Enero. Faltaban algo más de dos meses para que cumpliera trece años. La madre pidió al Padre Genghini que la confesara y comulgó en la misa de cuerpo presente.

El heroísmo y la santidad se dieron la mano en Laura Vicuña. El papa Juan Pablo II reconoció las eminentes virtudes de la niña y la proclamó beata el 3 de Setiembre de 1988, presentándola al mundo entero como modelo de vida.

Elsa Lorences de Llaneza

1 comentario:

  1. A Laura Vicuña le debo la gracia más grande de mi vida. Un Don muy importante: el de la respuesta definitiva de aceptación al llamado de Dios.
    Gracias Laura!
    Mi amiga y ejemplo.

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